Juan Fernando Velasco: Cuando una noche vale 25 años
El cantautor quiteño repasó en un gran concierto sus bodas de plata como solista. El show en Guayaquil formó parte de su gira
Piano virtuoso, cuerdas dolientes y percusiones poderosas fueron el marco con el cual un torrencial Juan Fernando Velasco concentró en una sola noche de música los 25 años de su enorme carrera como solista. Una veintena de canciones fueron las elegidas, y entre ellas un puñado de pasillos que el genio de Quito modernizó para prolongar la esencia cortavenas del alma ecuatoriana. Que alguien le diga que su versión de Ángel de luz es de museo y la de El aguacate tan bien hecha que es natural que le pidan un bis.
Difícil elegir un momento sublime entre tantos que llovieron la noche del jueves 20 de junio en el Teatro Centro de Arte guayaquileño. Tal vez fue el de Dicen, o mejor el de Nunca, que tuvo los más altos coros del respetable. O quizás el del desgarre sostenido de El alma en los labios, como para que Medardo Ángel Silva siga vivo cien años después de su inigualable elegía.
Y puede que el más hondo fuera aquel del grito a garganta pelada, entonando “el segundo himno nacional”, como llama Velasco a la inmortal Nuestro juramento… Quién sabe. Lo cierto es que Juanfer es un maestro en dosificar las emociones y entonces elige con pericia cuándo clavar las banderillas ante un público que hace de cuenta que está en un karaoke. Pero por desgracia sin ningún licor que dignifique la faena.
Justo cuando la fiesta ya es como las de estar en casa con amigos, el artista se va de pronto, sin aviso. La audiencia se revuelca y le reclama, pero él desaparece, ni se inmuta, las luces apagadas, el silencio de golpe, los músicos en fuga…
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Leer másEl público le pide que vuelva con alaridos impúdicos porque la noche no anda para remilgos. Y entonces suenan los acordes de su canción más hiriente y dolorosa, aquella con la que él mismo alguna vez quiso de verdad cortarse las venas. Sentado en solitario al piano toca Chao Lola y la masa pasa del grito desatado a la lágrima contenida porque esa canción es toda puñal, herida abierta, tajo a la yugular. “Y los girasoles que sembré en tu vida, te parece hoy que no eran tan bonitos…”. El coro se ha vuelto un susurro porque el artista ha clavado su estocada. El teatro se viene abajo…
Cuando en verdad se despide con Tarjetitas, todo el público está de pie y lo arropa con aplausos sonoros y larguísimos. Agradecidos. Aplausos cosechados en una noche, pero sembrados en 25 años que pintan para eternos.
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