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La exposición Geacronías se inauguró en el Centro Cultural de la PUCE, en Quito.Leonardo Velasco Palomeque

Geacronías, la muestra que retrata la vida secreta de la naturaleza

La exposición Geacronías abri´´o sus puertas en el Centro Cultural de la PUCE, en Quito

Piedras volcánicas, troncos, nubes, petróleo y tejidos reciben a los visitantes que ingresan a la Sala A del Centro Cultural de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE). Las piezas forman parte de Geacronías, exposición de los artistas quiteños Emilia Dávila y Gabriel Arroyo.

Durante cinco meses, los creadores trabajaron en La Pajarera, un programa de residencias de la PUCE que ofrece un espacio guiado para la investigación artística contemporánea y que se lleva a cabo anualmente en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Artes (FADA) del instituto superior.

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Isabel Llaguno, docente y coordinadora de la galería Parterre, que llevó a cabo la curaduría de la exposición, explica que el proceso de residencias se realiza a través de una convocatoria pública, y que en esta ocasión recayó sobre los artistas, cuyas propuestas se centraron en la indagación sobre los fenómenos terrestres, la naturaleza y las consecuencias de la intervención humana.

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“Las propuestas que Emilia y Gabriel presentaron tenían un hilo conductor común, que era la relación de los humanos con la tierra y las huellas que deja esa intervención, por lo que se complementaban muy bien y dialogaban entre sí”, explica.

A lo largo de los meses de duración del proyecto, los creadores pudieron elaborar sus piezas con los equipos técnicos de la facultad y con acompañamiento de docentes, curadores y especialistas en sostenibilidad ambiental.

Es así que Geacronías ofrece una serie de piezas, entre performance, instalaciones y composiciones sonoras, que utilizando materiales tan diversos como piedras, troncos y petróleo, dan cuenta de la transformación de la naturaleza frente a las huellas que dejan los seres humanos y los efectos de esa conexión.

La exposición estará abierta al público hasta el 25 de septiembre. El ingreso es libre.

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La artista Emilia Dávila trabajó con pavimiento, petróleo y piedras volcánicas.Leonardo Velasco Palomeque

El sonido de las piedras

Emilia Dávila, cuyas piezas reciben al público al ingreso de la sala, ha enfocado su producción en ahondar en la corteza terrestre como un concepto esencial para la comprensión de la interacción humana con el entorno.

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Su investigación aborda a la litosfera como un organismo vivo que está en un proceso continuo de modificación, y que contrasta con los fenómenos abruptos, fruto de la exploración y la ocupación humana. Su intervención cuenta con cinco piezas, incluida una instalación sonora que asemeja el ruido de la tierra en los momentos previos a un terremoto.

“Me interesaba mucho dialogar sobre estas contradicciones entre el proceso lento de la evolución del planeta tierra versus los procesos muy rápidos de cambio en la superficie de la tierra producto de la construcción del hábitat y la generación de cultivos”, comenta.

Sin embargo, este interés por la tierra surgió cuando era niña, junto a su padre, que es geólogo.

“Por mi papá aprendí mucho de la tierra; que tiene vida, que no es yerma. Hay procesos interesantísimos, por ejemplo, cómo se solidifica la roca de la lava y cómo todas son distintas dependiendo mucho de la temperatura de la solidificación. La naturaleza siempre nos está hablando y tiene un valor mucho más importante que el que le da nuestra sociedad que está relacionada con la explotación. Esa mirada, esa influencia fue vital en mi vida, y ahora es una parte muy importante de este proceso de creación”, afirma.

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Las temporalidades y atmósferas son el eje de creación del artista Gabriel Arroyo.Leonardo Velasco Palomeque

Mucho más que nubes y troncos

La segunda parte de la sala está conformada por ‘GeaCimáticas Corpóreas’, de Gabriel Arroyo, que explora cómo las atmósferas afectan al cuerpo en diferentes niveles y dimensiones.

El objetivo tras estas piezas, señala el artista, fue indagar cómo se relaciona el cuerpo, el espacio y el tiempo con las atmósferas en distintos contextos.

“Quería abordar esta idea de la temporalidad de la tierra desde lo sensible. Por ejemplo, en la mirada de una tortuga que vive 200 años, nuestra vida humana es breve, ni que decir desde la mirada de un tronco milenario. Y estos elementos, los bosques, las montañas, son elementos vivos”, indica.

Para ello, el artista abordó el tema desde lo tecnológico y desde lo performático, obligando al público a interactuar con las piezas a través del tacto y la mirada.

En una de las piezas de la muestra, los visitantes se introducen en la obra, observando a través de un tronco, a manera de binoculares.

“Me interesaba generar configuraciones que reflejaran la realidad y a la vez incorporaran las materialidades creando analogías con las nubes, el cielo y el bosque en relación con el cuerpo, al entorno y a tiempo”, señala.

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