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Reality shows, análisis
El genéro, también conocido como telerrealidad, comenzó a principios de 1991, con la serie neerlandesa 'Nummer 28', el primer programa en juntar a desconocidos y grabar sus interaccionesKelly Gil//EXPRESO

Realities shows: entre el deseo de pertenencia y la vergüenza

La percepción de estatus, los factores de clase y el modo de crianza pueden generar lo que se llama placer culposo

En la actualidad, realities shows internacionales como La casa de los famosos o franquicias como Desafío a la fama y El poder del amor son un fenómeno de consumo masivo que tienen algo en común: el ‘morbo’ y la polémica.

A pesar de ser espacios diferentes, en ellos no faltan los gritos que terminan una que otra pelea que incluye manotazos y tirones de cabello, amoríos casuales subidos de tono y desafíos superficiales que, aunque debería ser la razón principal para ver el show, suele ser la parte que muchos esperan que termine para seguir viendo la convivencia de los participantes, por muy tóxica que nos parezca.

Estos programas son tan odiados como amados. Mientras algunos esperan la hora del reality para compartir tiempo en familia, otros los ven a escondidas o por fragmentos en redes sociales.

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Pero, ¿por qué? La socióloga Marilyn Urresto, colaboradora en procesos de participación juvenil y derechos para las juventudes, explica que “la vergüenza tiene una condición de clase muy marcada al consumir productos de entretenimiento”, especialmente en la televisión nacional donde los programas de farándula “son comunes en sectores populares”.

La especialista, quien presentó su ponencia Mujeres de barrios populares de Guayaquil: otro territorio de disputa en un encuentro internacional organizado por la Universidad de la Habana, asegura que, en este contexto (barrios de escasos recursos), “no existe vergüenza en el consumo”, pues es lo que está disponible y se ajusta a la vida diaria.

Por este motivo, uno de los principales televidentes de este contenido son las amas de casa. Ellas lo ven “porque es el que está a la par de sus horarios; en la mañana cuando hace sus quehaceres y en la noche cuando descansan”, comenta la socióloga.

Las dos caras de la moneda en los realities shows

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El consumo de los realities se relaciona también con dos motivos que se contraponen: el deseo de pertenencia y la crítica que el espectador pueda generar.

“Desde la sociología de la comunicación, se conoce que el ser humano tiene un deseo de sentirse parte de un espacio en el que socialmente no se le es permitido estar”, explica la columnista de Indómita.

Entonces, ver este contenido es como intervenir en estos espacios en los que el televidente puede ver qué hacen y cómo interactúan los personajes, lo que también da cabida a la crítica.

Basándose en el dicho popular que asegura que nos atrae lo prohibido, la entrevistada asegura que “como está mal criticar, nos gusta hacerlo y estamos motivados a hablar de eso que no vivimos”.

Realities: la crianza influye

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Cuando el consumo de estos contenidos se da en clases sociales más altas, el factor de la vergüenza entra en juego. Urresto asegura que “el consumo de lo nacional está ligado a una condición de clase, que es una clase baja”.

Las personas con acceso a otros medios y opciones de entretenimiento suelen ocultar este gusto porque se asocia a un estatus social inferior, lo que crea una contradicción entre lo que consumen y lo que admiten consumir.

Esto, según explica la psicóloga Gabriela Rada, gestora de varios proyectos relacionados a la salud mental de prevención y promoción, se ve influenciado también por el modelo de crianza. “En la sociedad, en lo que se conoce como el ‘populacho’, se utiliza un estilo de crianza permisivo, que deja que el pequeño ‘sea’ y no pone límites”, dice Rada. 

Con esto, el niño mediante la observación hace parte de su cotidianidad ver estos programas como una forma de entretenimiento. “Es más, lo normalizan como parte de la rutina o un tiempo donde la familia comparte junta”. Es así como, según la magíster en Neuropsicología, crean a un adulto que se siente bien viendo estos ‘shows’ y lo ve natural.

Incluso, la manera de crianza puede hacer que el espectador sienta vergüenza ajena. Esto ocurre cuando los valores del televidente chocan con la manera en la que los talentos actúan. Para la especialista, “si de repente empiezan a discutir y jalarse el pelo en frente de todos, una persona siente vergüenza ajena porque se empieza a cuestionar sobre qué está pasando con la población, (...) el tipo de historias de vida tuvieron que haber tenido para buscar la aceptación que no lograron de su familia a través de la aceptación de personas que no conocen”.

¿Qué pasa con las marcas?

¿Puede la vergüenza por consumir estos programas trasladarse a las marcas auspiciantes? El especialista en Marketing Marwin Lavayen dice que no. Las pautas en estos shows son por alguna de estas dos razones. La primera, por el alcance masivo que genera aparecer en televisión, aunque con el riesgo de no atraer a un nicho específico. El segundo motivo es la relación del producto y el programa.

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Las empresas aprovechan el sentido de pertenencia que busca el televidente para publicitarse. Así logran que el consumidor desee tener lo que se promociona.

Lavayen dice que las marcas buscan una “audiencia que quiere ser protagonista de esa situación”. Para que esto ocurra, es importante humanizar la marca con una “conexión vivencial del consumidor con lo que está pasando en el reality”, explica el también docente universitario. 

Cuando esto ocurre, el usuario empieza a tener una conexión bidireccional con el producto o servicio y se sentirá cercano a él.

Los realities shows reflejan tensiones sociales que van más allá del entretenimiento. En ellos, la clase y la vergüenza influyen en cómo las personas perciben este contenido.

Aunque muchos puedan sentir vergüenza por su consumo, los patrocinadores capitalizan el deseo de pertenencia y protagonismo de la audiencia. Así, ambos encuentran una vía para conectar con experiencias que, aunque criticadas, resultan profundamente atractivas.

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