Ocio

Roger Waters
El músico, considerado uno de los mayores referentes de la cultura musical del siglo 20, cautivó a quienes acudieron a verlo en la capital ecuatoriana.Franklin Jacome

Roger Waters: la voz de un activista en un concierto millonario

Treinta mil personas fueron testigos de la despedida del fundador de Pink Floyd en Ecuador. Hubo pirotecnia, luces y amplificación de alto nivel.

Los 400 metros cuadrados de pantalla que hizo montar sobre el escenario dieron cuenta de sus intenciones. Quizá pretendía que su mensaje político esté por encima de la imagen que puedan proyectar sus músicos. Es la primera impresión que dio Roger Waters, el cofundador de Pink Floyd quien, entre su vasto pasado, destacó especialmente a la figura de Syd Barrett (1946-2006).

Al estadio Olímpico Atahualpa, la tarde-noche del sábado 9 de diciembre, llegaron unas 30 mil personas. Vicente Torres viajó desde Ibarra, porque había conocido a Pink Floyd gracias al disco Animals, de 1977. “Lo vi en Berlín en el año 89, pero me aislé porque para mí su historia terminó con The wall (1972) o The final cut (1973)”, sentenció.

Este melómano de 61 años había migrado a Holanda en los años 80 para especializarse en agricultura ecológica. Viajó a Alemania con amigos para ver un concierto de la banda británica y, por esa afición, en Ibarra sus allegados todavía lo llaman ‘El Pink Floyd’. “Apoyo toda la cuestión de Waters”, e insistió: “Me encanta la onda de que nadie debe imponernos algo, y apruebo la causa palestina”.

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En los años 90, al volver de Europa, Torres ya tenía pensado emprender en la primera empresa de cultivos orgánicos del Ecuador en la que trabaja actualmente. Le preocupan la defensa de la biodiversidad y del bosque amazónico a través de la reforestación y monitoreo de la vida silvestre “en espacios que han sido devastados por la ganadería”.

Por eso se mostró agradecido de que, en el interludio de su presentación, Roger Waters interpelara a través de pantallas gigantes a corporación Chevron con las frases: “Contaminaste la tierra de esta gente / Te demandaron y perdiste / Le debes 9 billones de dólares a esta gente / Tienes que pagarle ahora”.

WATERS, ECUADOR Y ACTIVISMO 

Durante el concierto, Waters recordó su primera visita a Quito, en noviembre de 2018, para apoyar al Frente de la Defensa de la Amazonía (FDA). “Hice un recorrido por Lago Agrio”, dijo el artista, quien se presentó por primera vez ante un público de gustos variados.

Argelis Blanco, de 33 años, es venezolana, llegó a Ibarra a mediados de 2017. “Para mi núcleo familiar no era común escuchar esta música”, confiesa en los exteriores del estadio Olímpico Atahualpa. “Soy más de salsa, merengue, ritmos caribeños, pero he empezado a escuchar a Roger ahora que estoy con mi gente; esto existe, es bacán, pero no era parte de mis raíces y cultura”, relata la joven. Argelis ya había viajado a la capital para asistir al show de (Andrés) Calamaro, en septiembre pasado. Pero nada es comparable a un show como el de Waters, dice.

Fans de Roger Waters
Desde tempranas horas del día, los fans de Roger Waters y Pink Floyd dieron muestras de su devoción por este símbolo del rock británico.Franklin Jacome

En el estadio había grupos de mujeres, como el de Natalia, Ela y Paulina, que llegaron del sur de la ciudad para el concierto que, dentro de la gira This is not a drill (‘No es un simulacro’), se anunció como la despedida del fundador de Pink Floyd. “Todos tenemos una lucha detrás, y cumplirla a través de la música está muy bien”, comenta Natalia Loor.

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Otro de los asistentes que aprueba la postura política del compositor de discos icónicos del rock and roll, como Animals (1977) es Paúl Acosta. “Soy ambientalista, de pronto Roger hizo algo que no tuvo mucho revuelo en 2018 cuando vino a apoyar a otros ecologistas”, dijo sin ambages, “pero ahora es muy bacán tenerlo en concierto, al fin”.

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ANIMALES INFLABLES SOBRE MELODÍAS 

Para el tema Sheep (Animals), una oveja inflable surcó la preferencia y cancha del estadio Olímpico Atahualpa mientras Roger Waters recordaba la influencia que sobre sus composiciones ejercieron libros como Rebelión en la granja, de George Orwell, o Un mundo feliz, de Aldous Huxley, ambos británicos. Las mordaces críticas, en cambio, fueron dirigidas a expresidentes estadounidenses como Dwight D. Eisenhower, George W. Bush, Barack Obama y Donald Trump.

El contacto del compositor con políticos ecuatorianos se ha limitado a una foto con Pabel Muñoz, alcalde de Quito, que llegó al concierto a las 20:00 y fomentó la venta de la localidad más asequible (Zona Quito). También conoció al dirigente indígena Leonidas Iza, quien lo saludó y obsequió un poncho andino; pero la vestimenta de Waters y sus músicos fue de riguroso negro.

Un piano de cola, su característico bajo, guitarras y voces principales estuvieron a cargo de quien oficia de maestro de ceremonias con alocuciones que van de las proclamas mencionadas a la presentación de su banda. Lo acompañaron Dave Kilminster y Jonathan Wilson en las cuerdas, este último muy agradecido de cantar Money (The dark side of the Moon, 1973); las brillantes coristas Amanda Belair junto con Shanay Jhonson y los alternantes Gus Seyffert al bajo y Jon Carin en los teclados.

Roger Waters
La afluencia al show fue enorme y multigeneracional.Franklin Jacome

Joey Waronker tiene su espacio protagónico en batería y Seamus Blake despliega su virtuosismo en el saxofón, especialmente en piezas como la citada Money o Us and them. Entre un despliegue extendido con luces láser y estroboscópicas, Waters reinvindicó al exsoldado Chelsea Manning y al activista digital Julian Assange, mientras proyectaba sus revelaciones sobre el uso de drones en guerras del Medio Oriente.

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También se exhibieron proclamas en favor de ambientalistas que han sido víctimas de represiones en la región. “Ni un segundo pasa sin que piense en mis hermanos y hermanas que están muriendo en Gaza”, soltó, “asesinados por un gobierno genocida y aupados por el también genocida gobierno norteamericano”.

Pese a esa estridencia, la música no perdió su lugar central. Y cobró gran sentido el que el cerdo inflable sobrevolara con ojos encendidos y la leyenda ‘He’s mad / don’t listen’ (‘Él está loco / no lo escuches’) sobre las cabezas de sus satisfechos fanáticos. Al fin y al cabo, hay que tomar su puesta en escena en el marco de su balada The bar, dedicada a su esposa Kamila Chavis, a su difunto hermano John y a Bob Dylan.

Un bar con mucha gente, unos tragos y mujeres hermosas, como él mismo definió.

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