Titi Lebed: "Mi padre Fernando Lebed fue único en todo"
Es la menor de las hijas de Fernando Lebed. Trabajó con el empresario en la Feria Internacional de Durán
Cuando el empresario Fernando Lebed tenía 24 años, se casó con el amor de su vida, Laura Villafuerte, quien entonces tenía 19. Formaron una familia con tres hijos: Anina, David y Titi. Con esta última, EXPRESIONES se reunió para conversar sobre el legado de su progenitor, quien prefería llamarla por su nombre real, Cristina.
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Leer másEs promotora inmobiliaria, maneja la imagen institucional del preescolar Torremar-Delta y está a cargo de Experiencias Infantiles Vulá. Casada con Julián Contreras y mamá de Julián, Valeria y Melissa, cada vez que menciona al ser que le dio la vida se llena de orgullo y se emociona.
Fernando Lebed Sigall era el segundo hijo del ruso Jacobo Lebed y de la escocesa Luisa Sigall. Ellos recorrieron diferentes países. Vivieron en Chile, Honduras, México y Panamá, donde el mentalizador de la Feria Internacional y Hogar en Durán vio la luz por primera vez.
Era marzo de 1924. Como él decía, eran los tiempos en que no existían las computadoras ni los teléfonos celulares. Le encantaba trabajar, así lo manifestaba. A los 12 años, ya en Ecuador, fue cobrador de autobús y lo llamaban el Lobo. Luego se dedicó al comercio. Se inició en Bahía de Caráquez, exportando productos de tagua.
La feria era su engreída
Visionario, obsesionado por el trabajo y la eficiencia, contribuyó al desarrollo de Guayaquil. La feria que se inauguró en 1969 fue su obra más grande. Compró un gran terreno en Durán. En el recinto presentaba a expositores locales y extranjeros, así como artistas. En ese entonces todavía no existía el puente de la Unidad Nacional y los materiales que se usaban se transportaban en una gabarra. Una embarcación que también movilizaba gente y carros.
Hay fechas que no se olvidan, como la partida de nuestros padres.
Estaba embarazada de siete meses de Melissa, quien no lo llegó a conocer. Sin embargo, es el clon de mi padre. Murió de un derrame cerebral a los 74 años (1999). Era un ‘pollo’ todavía (risas). Ya la organización de las últimas ferias no las disfrutaba, a pesar de que la de Durán siempre fue su engreída. Yo era la única hija que trabajaba con él.
Cada octubre los guayaquileños visitaban la Feria Internacional de Durán. Era un atractivo al que nadie quería faltar.
Le salió un loco comprador, Miguel Orellana, quien le decía que algún día la feria sería de él. Para mi padre era su vida; y los expositores, sus engreídos. Hasta ahora me encuentro con algunos y lo recuerdan con cariño. Muchos comentan que aprendieron a trabajar con Fernando Lebed. Heredé lo mejor, su capacidad de trabajo de la mañana a la noche. Pero también lo peor: no sé delegar. La Feria Hogar la inauguró quince años después.
Los empresarios tienen que saber delegar, es imposible manejar tantas obligaciones a la vez…
No se iba a la casa hasta que no la recorriera (la Feria) y estuviera seguro de que los expositores y el resto de empleados se habían marchado. A la semana siguiente de haber hecho el trato con Miguel Orellana, de haberle dado la palabra, le ofrecieron un millón (de dólares) más. Yo le dije que no perdiera la oportunidad. Me respondió: “Mi palabra vale más que un millón”. Apenas terminaba una feria, empezaba a organizar la siguiente, a vender los espacios.
Era hombre de palabra, ya aquello no se ve.
Era un hombre que siempre se adelantaba, con ideas y aportes innovadores. El cine Presidente fue la primera sala con aire acondicionado central. Al principio nadie iba, no tenía ni una sola persona sentada en las butacas. Tuvo que traer a artistas para que la gente se entusiasme y acuda. Tenían miedo de resfriarse (risas).
No creía en las crisis
Decía que era un gran copión, porque lo que veía en otra parte lo copiaba.
(Risas) Siempre lo decía cuando hablaban de su genialidad. En todo caso, era un copión maravilloso. Creía en Guayaquil y en Ecuador.
Para el buen empresario, las crisis no existen...
No creía en las crisis. Para Fernando Lebed, todo era una oportunidad de negocios, fue muy positivo. Jamás lo vi quejarse, a pesar de que los últimos años se complicaron por su salud. Antes del derrame cerebral, fue sometido a diálisis porque se afectaron sus riñones. Después de la Feria, pensamos que se quedaría tranquilo, pero no fue así. Se enamoró de General Villamil, Playas. Esa fue su última obra, Las Carabelas de Colón, torres de departamentos, La Pinta, La Niña y Santa María. Después inició la construcción del hotel Humboldt. Por su fallecimiento, lo dejó inconcluso.
¿A sus hermanos no les atrajo el negocio familiar?
Mi hermana mayor nunca ha sido empresaria, ayudaba en otro ámbito. Mi hermano tenía su fábrica, también empresario. Los tres siempre fuimos cercanos.
Un empresario con tantas ocupaciones habrá estado ausente de casa inevitablemente...
Nunca sentimos que nos faltó. Su amor por la familia y por sus hijos siempre estuvo ahí.
¿Era el orgullo familiar?
Totalmente. El fallecido expresidente de Ecuador, Jaime Roldós Aguilera en una ocasión le dijo: “ojalá existieran dos Fernando Lebed en el mundo”. Era el orgullo de la familia. Lo admiramos porque era un hombre sencillo, sin poses. Almorzaba con los obreros, con ellos se sentaba a comer el seco de chivo o la guatita, lo que sea. Después de que murió nos enteramos de las obras que hizo. Un carpintero que se enfermó, estuvo muy grave. Nos contó el hijo que les dio dinero para que le lleven la cena al hospital, era Navidad. Así era él.
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Sus padres llegaron a cumplir 50 años de casados. Aquello es una bendición, pocos lo logran, ya sea porque uno de los dos fallece o se separan…
Mi madre fue su gran amor. Vivían el uno para el otro. Todavía conservamos las cartas de novios. Le declaraba su amor, la peleó. “No sé cuánto más se puede amar, hasta el último día te amaré”, le decía. Ya no hay esas historias. Le compraba flores, ella era su engreída, le llevaba el desayuno a la cama, desayunaba como una princesa. Estaba pendiente de las reuniones familiares. Pedía que vengan los ‘pitufos’, es decir los nietos. Se vestía de Papá Noel en Navidad.
Por lo dicho durante la entrevista, usted era la engreída...
(Risas) Siempre estuve a su lado. Tenía un carácter difícil, muy fuerte. Era la única que lo soportaba, hablaba por teléfono con él 25 veces al día. Regresábamos de la oficina y a la media hora me llamaba. En ocasiones no aguantaba y me le iba. Al rato llegaba a la casa con un ramo enorme de flores para contentarme (se emociona). Me decía que por la única razón que no quería morir era porque sabía que yo iba a sufrir, que íbamos a sufrir. Era como su nieta, nací después de 17 años.
¿Sus hermanos nunca lo celaron, aquello no causó problemas?
Por fortuna no (suelta una carcajada). Con mi hermana escribimos un cuento para los nietos con el nombre Desde mi nube, para que nunca lo olviden. Es un homenaje a su vida, que fue ejemplo de trabajo incansable, de creatividad y emprendimiento, de amor y generosidad, además de protección para los que más amó.
Un padre protector
Es obvio que era un padre protector...
Siempre. Era el mejor padre del mundo, era maravilloso. Algo pasaba y solo pensaba en protegernos, nos regaló nuestras casas. En una época se iba la luz, por ello nos regaló las plantas eléctricas; estoy arrepentida de haberla vendido, ahora con estos apagones. Le encantaba ir al mercado. Fue hasta que se le robaron un reloj. Iba a una avícola y nos compraba pollos. Llegaba a la urbanización y nos dejaba cinco pollos a cada uno. Además de verduras. En una ocasión llovió durísimo y cayó un rayo en la casa donde vivo. Fue algo muy feo. Al día siguiente de ese hecho, sus hijos tenían pararrayos en sus viviendas. A pesar de ser un empresario a tiempo completo, su familia fue su prioridad.
¿Cuál fue el legado que les dejó?
Ser familia, querernos profundamente, respetarnos, que la gente lo recuerde como ahora lo hacen con esta nota en Diario EXPRESO o cuando nos reencontramos con mucha gente, verlo en muchas de sus obras en la ciudad. Lo que él sembró tratamos de transmitirlo a nuestras familias.
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Leer más¿Para él no había obstáculos?
Cuando le preguntaban para cuándo, respondía que para ayer. Siempre se puede. La gente que nos conoce puede dar fe de aquello. La casa donde vivo se construyó en cuatro meses. En donde residía había mucha humedad, le hacía daño a mi hijo, tenía que mudarme rápido. Si algo ocurría, porque en la vida no todo es color de rosa, siempre echaba para adelante, nunca fue negativo. Nada era inalcanzable para él. El defecto era su carácter. Fue único en todo. Era un orgullo que la gente confiara en mi padre.
Algunas obras...
Con la compañía Maquinarias y carreteras hizo obras de pavimentación, como la av. a Puerto Nuevo, una parte de la avenida de Las Américas y la ampliación de la pista de aterrizaje en el aeropuerto de Guayaquil.
Construyó la primera super gasolinera, ubicada junto al puente Cinco de Junio, además la primera urbanización con el sistema llave en mano, la ciudadela Miraflores y lotizó El Paraíso.
Fundó la primera fábrica de madera, Guayaquil Plywood.
Dio paso a la modernización con los dos primeros edificios de propiedad horizontal, uno de ellos el Gran Pasaje, donde funcionó el hotel Atahualpa y el cine Guayaquil. Y el otro en 9 de octubre y Escobedo. Además construyó los edificios La Moneda, San Francisco 300 y el edificio de parqueos del Banco del Pacífico.
Fundó y dirigió el diario vespertino La Razón.
Presidente del Club de Leones de Guayaquil, construyó la primera sede y fundó el instituto para ciegos y sordomudos.
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