Cartas de lectores | ¡Qué dolor de cabeza, la señora Cabezas!

Cabezas se convierte en un símbolo de la política que se desprecia

En la política, la línea entre polémica e influencia es delgada y volátil. Algunos entes políticos transitan este espacio con prudencia, otros optan por el ruido y la provocación como banderas de su ideología. Entre estos últimos parece encontrarse la asambleísta Cabezas, personaje cuyo estilo confrontativo ha levantado más recelos que admiración. En un contexto donde la ciudadanía exige soluciones, su retórica altisonante y actitud intransigente y beligerante han terminado por ser, para muchos, un verdadero dolor de cabeza. Con un discurso que roza la agresividad y un estilo de debate que evoca la rudeza más que el liderazgo, Cabezas se ha ganado el desagrado de un sector importante del público y del espectro político. Su enfoque está marcado por la hostilidad, el conflicto constante y la negativa rotunda a construir puentes. Resulta notable la frecuencia con que su nombre aparece asociado a disputas y alharacas que rara vez llevan a propuestas concretas. Su presencia mediática es innegable, parece que es su objetivo principal, pero muchas veces se convierte en un espectáculo vacío, un protagonismo sin contenido que deja una estela de promesas rotas y problemas sin resolver. La asambleísta además ha sido acusada de faltar a la verdad, de torcer los hechos a su conveniencia y asumir una postura en un momento solo para contradecirla en el siguiente; rasgo inconstante e impredecible que la aleja más de la posibilidad de ganar el respeto de sus pares o posibles electores, que cada vez ven más en ella a una figura alejada de la autenticidad y cercana al pan y circo romano. Este estilo de hacer política puede ser rentable a corto plazo, en un entorno en que el escándalo parece el modo más rápido de captar la atención pública; pero tiene un límite y ya hace rato lo alcanzó. El problema no es solo su tono rabioso, sino la falta de propuesta de alternativas viables; al reducir su discurso a la crítica destructiva sin ofrecer una salida clara, Cabezas se convierte en un símbolo de la política que se desprecia, porque esta debe ser un espacio donde el compromiso y la capacidad de dialogar predominen sobre el espectáculo y show mediático.

Francesco Aycart C.