Cartas de lectores: Estuario del río Guayas, un regalo de la naturaleza

Solo es necesario conocer cómo se los trata en países desarrollados

El estuario del Guayas, que se inicia frente a Guayaquil luego de la unión del Daule y del Babahoyo, es uno de los más grandes ecosistemas del Pacífico sur. Ha venido siendo sometido al suministro de grandes flujos provenientes de la gran cuenca del Guayas y a la influencia del océano a través de las mareas, creando un entorno sujeto a grandes fluctuaciones ambientales; una eterna pelea entre caudales que bajan por los ríos, la influencia de la marea y la mecánica del sistema fluvial que va tomando forma para llegar a configurar lo que ahora observamos, más allá de la contaminación y el cambio climático

Según Teodoro Wolf, “El Golfo de Guayaquil se extendió a fines de la época cuaternaria mucho más tierra adentro que ahora, ocupando toda la planicie aluvial, el río de Daule desembocaba cerca de Colimes, el de Vinces cerca del pueblo de este nombre, el de Zapotal cerca de Catarama, y los ríos que bajan de la Cordillera Occidental, al pie mismo de ella”. 

Para entender cómo se rellenó esa bahía extensa solo hay que observar lo que sucede a diario en el estuario frente a Guayaquil. Desde mediados del siglo XVI, cuando Guayaquil era el principal astillero del Pacífico, ha sido sometido a actividades antrópicas que han acelerado procesos naturales, destacando la tala indiscriminada de manglar para desarrollar la industria camaronera, que hizo desaparecer la fortaleza más importante de los estuarios para defenderse del ataque de las mareas. Guayaquil creció en medio del manglar, tapando canales naturales; de no haber sido así, los problemas de evacuación de aguas lluvias no serían tan graves como ocurre hoy. 

Pese a ello el estuario no ha perdido su belleza ni la capacidad de ser aprovechado en beneficio de la población. Para ello se deben planificar actividades para su uso y usufructo y establecer un plan de restauración selectiva junto a labores de mantenimiento que armonicen con el proceso natural y acorde a las necesidades de la ciudad. Plantear actividades contrarias al proceso natural del estuario no resuelve el problema y constituyen desperdicio de recursos humanos y económicos. El Gobierno, junto a entidades regionales y seccionales que conforman la mancomunidad de la cuenca del Guayas, debe comprender el verdadero valor de los estuarios, ecosistemas de alto valor productivo que deben preservarse libres de contaminación de sus cuerpos de agua, potenciando sus enormes beneficios turísticos. Solo es necesario conocer cómo se los trata en países desarrollados.

Jacinto Rivero Solórzano