Cartas de lectores | El humo de la casa No. 666

Viven un calvario quienes sí luchan por erradicar su consumo.

La casa de dos plantas ubicada en la avenida de una ciudadela de Machala es hermosa. Con fachada de acabado de piedra de granito y azulejos es impresionante. Un portón elegante con columnas de mármol es parte del jardín principal; al frente, dos carros bien cuidados se estacionan a diario. Una familia se muda junto a esta casa, signada con el numero 667, alquilada mediante una inmobiliaria. A pocos días de estar residiendo en el lugar, todas las noches perciben el olor a marihuana, que entra por las ventanas a los cuartos. Están atentos a su hijo de 18 años para ver si está consumiendo o no la hierba maldita. Convencidos de que no es su vástago, pasan varios días averiguando de dónde provenía el humo. Descubren que un joven de aproximadamente 20 años prende tamuga y fuma sin cesar en la ventana lateral de la casa No. 666. Al grito de ¡quién fuma carajo! por parte de un vecino, el joven se escabulle tras la persiana. Al amanecer un apuesto joven de piel blanca, cabellos ensortijados, rostro demacrado y ojos hundidos trata de tomar un poco de sol. Los vecinos en voz baja lo llaman el fumón. ¿Quién detiene este mal que va destruyendo su juventud? Con el consentimiento de su familia fuma sin parar. El humo fatiga a los vecinos de esta casa. Pobre niño, nadie intenta rescatarlo; la propia familia conoce su vicio sin poder detenerlo. La casa No. 666 es bonita en su fachada, pero en su interior el olor a marihuana abomba y un joven se destruye al fumar la droga que destruye a la comunidad. Viven un calvario quienes sí luchan por erradicar su consumo.

Evelio Patricio Reyes Tipán