Cartas de lectores | Leyendas de una capitana

Cuando vuelva a subir traerá consigo la justicia del mar

Los barcos son lo más cercano a un sueño que las manos han construido” (Robert N. Rose) El mar lo sabe. Conoce los anhelos de cada embarcación desde su origen. Sabe que hay barcos hechos para navegar aguas tranquilas y otros para desafiar tormentas; que hay capitanes que siguen mapas y otros que crean sus propias rutas. Balandra nunca fue un barco común. Era, ha sido y es una barca forjada con un propósito mayor. Y al frente, con la mirada fija en el horizonte y las manos firmes en el timón, ha permanecido su capitana: Maggie. Ella no solo ha dirigido, ella reconoce. A la barca y a cada uno de sus marineros. A Balandra no llega cualquiera. No ha sido puerto para viajeros sin rumbo, es punto de encuentro para almas inquietas, que sienten que su viaje va más allá de la orilla. Unos llegan con viento a su favor, otros arrastraban marejadas internas, tempestades ajenas. Yo llegué con el alma entrelazada en redes invisibles. Tímida, callada, con más dudas que certezas; una voz ahogada en su propio oleaje. Pero Maggie me escuchó, no con los oídos, sino con el alma. Descubrió en mí lo que nadie veía, lo que yo no reconocía. Arrancó una por una las etiquetas que me definían; encendió una luz que me permitió trazar un mapa donde brillaban mis talentos y capacidades. Me ayudó a construir cimientos. Me mostró el océano, me enseñó que mi voz no estaba destinada a perderse en el silencio de aguas mansas, sino a llenar espacios, escenarios, corazones. Hoy esa voz es la de una artista. Y se la debo a ella.

Existen vientos que no mueven velas pues no entienden el mar ni poseen la fortaleza para navegarlo. Hay quienes sostienen el timón con pulso tembloroso, con miedo a la marea, con ansias de controlar lo que no comprenden. Esos no navegan, solo intentan aferrarse a un barco que nunca les perteneció. Hoy esos mismos intentan borrar su nombre de las velas que ella izó. Osan adueñarse de un legado que jamás construyeron. Pretenden callar la voz de la única capitana que entendió esta barca. Pero olvidan algo: el mar siempre recuerda. Pueden arrancar nombres de los muros, quitar banderas, pero no pueden borrar la historia de quienes han cruzado estas aguas. Y si algo nos enseñó nuestra Capitana es que la marea cambia. Cuando el agua baja hasta tocar la arena es solo para tomar impulso; la marea más baja siempre anuncia su regreso. Cuando vuelva a subir traerá consigo la justicia del mar porque hay capitanes que desaparecen en el oleaje y hay otros que se convierten en leyenda.

Frances Swett