Cartas de lectores: Lo mejor y lo peor
En este panorama el único exgobernante que se hace oír y pretende ser dueño de la ética y la moral se mueve en la ilegalidad
Después de la II Guerra Mundial la historia ecuatoriana tuvo muchos gobiernos. El mejor fue el de Galo Plaza Lasso (1948-1952). Calumniado por la progresía que le hizo decir que el Oriente es un mito, durante su gobierno hubo ley y orden; fue el primer terrateniente que hizo su propia reforma agraria en su hacienda Zuleta. El segundo mejor gobierno fue el de Clemente Yerovi Indaburo, que puso en orden la economía en los seis meses de su mandato en 1966 (marzo a noviembre); al fenecer quedó todo a satisfacción de la élite política. El tercer mejor gobierno fue el de León Febres-Cordero (1984 a 1988), quien con poco dinero y un terremoto de por medio logró hacer respetar la ley y dominar el desafío comunista de los guerrilleros. El cuarto mejor gobierno fue el de Sixto Durán Ballén (1992- 1996). Se amparó en su programa de acción y pese a las vicisitudes consiguió darle un fin honroso. El quinto mejor gobierno fue el de Roldós y Hurtado, con tragedia de por medio y decisiones para los más poderosos. Fue el comienzo del drama ecuatoriano que vendría a mostrarse en todo su cuadro con el sexto gobierno, de Rodrigo Borja (1988-1992), dueño de los tres poderes del Estado. No pudo, o no quiso, hacer más. Hurtado ahora quiere resucitar y trata de asustar a todos. Sobre todo, parece, a Noboa. Hurtado es un fantasma y un oráculo en quien algunos confían. Entonces comenzó la debacle: Bucaram con seis meses (1996-1997), enero, fue obligado a salir del gobierno y a huir en medio de una vorágine de corrupción que nunca se había visto. El latrocinio y el robo fueron sus ‘méritos’. Muchos aprendieron este método. Desde ahí siguen los demás. El peor de todos los gobiernos fue el periodo de ¡10 años! de Correa, con su compañía anónima bien conocida por todo el país. Dar una nota a los gobiernos siguientes resulta prematuro, pero en el de Moreno se puso la primera piedra para el posible desmantelamiento de la anarquía correísta. Con Lasso lentamente se avanzó pero sin llegar a casi nada. En este panorama el único exgobernante que se hace oír y pretende ser dueño de la ética y la moral se mueve en la ilegalidad y pese a ello sus seguidores absorben sus dichos con admiración. Siendo inescrupuloso y considerado como manipulador e instigador, convendría que el periodismo, vilipendiado y excesivamente humillado por Correa y Cía., se ponga de acuerdo para esconder en el ostracismo al exdictador. Eso debe hacerse. Ponerlo al margen es lo ideal.
Francisco Bayancela González