Cartas de lectores: Métodos para empeorar la justicia

Mal para todos, es indudable

Ante un líder débil, el estadista no aparece por ningún lado.

La administración de justicia siempre fue un botín acariciado por grupos dominantes, pues tras los fallos de los jueces se ocultaba la protección de sus intereses. La ineficacia, como medida de ‘dar a cada uno lo que le pertenece’, aún está en la cotización de resoluciones a través de dos proyectos, uno a favor y otro en contra. El resultado depende de por cuál el usuario se decide. El peor episodio en el uso de la justicia se dio en el periodo de 10 años que feneció en 2017. La herramienta más apropiada fue el instrumento que dirige la administración de estos recursos. Unas veces bien, la mayor parte mal. 

El fondo del asunto consiste en nombrar como jueces a individuos inclinados a la corrupción. No todos, pero sí la mayoría. La debilidad en la forma de consolidar la Judicatura consiste en que todo depende de quién está a la cabeza: se piensa que si es de carácter débil y asequible, todo confluye para que la burocracia del organismo crea que todo sigue igual. 

Pero si la cabeza resulta una persona con características contrarias, todo lo demás se extiende a la institución y su burocracia lo absorbe. El método para impedir que se dé esta consolidación fue aplastar cualquier apresto para opinar mediante algún grupo de empleados que aporten ideas para mejorar la institución. 

Pero nada de eso sucedió desde que se suprimió la agremiación en la década perdida. El otro mecanismo consiste en que ninguna propuesta abarca el largo plazo, que es en donde se cataloga la visión del estadista; todo se asienta en la idea del perdón por los delitos cometidos, que van desde robo sistemático de dinero público hasta soborno, practicados a rajatabla en la década perdida, hasta hoy. 

Se mantiene el peligro de continuar esta tendencia, pues se trata de estimular más su cometimiento al haber puesto en la cabeza del organismo a una persona cuestionada con clarísimos conflictos de interés que inhabilitan sus ‘méritos’. Y lo más rancio, de donde emana todo el hedor: sale del Ejecutivo, que da órdenes favorables a estos intereses; unos obedecen y todos creen que está bien. Mal para todos, es indudable.

Francisco Bayancela González