Cartas de lectores | El panorama electoral, entre la verdad y lo incorrecto
El primero puede ser aconsejable si el Sr. Noboa gana el poder Legislativo
La campaña electoral no funciona en la forma convencional de hacer propuestas para convencer al elector. Antes se usaba una estructura económica que no fallaba: auspiciar un candidato que tenga aceptación mediante la empresa electoral, que la dirigían personas adineradas que habían visto ahí cómo hacer buen negocio. De acuerdo con lo que se esperaba obtener, el enfoque ideológico no servía. Por ej., siempre se refería al poder de la oligarquía; actualmente la oligarquía se ha repartido en toda la clase política, la de los burgueses y la de los izquierdistas aburguesados. Por ello esta campaña es asimétrica: por un lado usa métodos de guerra de guerrillas y terrorismo, elementos de ‘juego sucio’ en las campañas; mientras por otro se apela a fortalecer las instituciones como propuesta, que es el elemento menos sucio. Ante este aspecto el correísmo maneja lo más amoral de la política: manipula aspectos sensibles de posible interés público para afectar la preferencia del votante, que trasladada a la estrategia electoral consiste en disminuir las opciones de otros candidatos para reforzar la propia. ¿Cómo? El más vulnerable fue la energía eléctrica, seguido por la lucha constante por las instituciones de control, llegando a acuerdos en apariencia ‘sinceros’ con el propio Gobierno. O el usar la tragedia de los niños asesinados para tratar de desprestigiar a la fuerza pública. Todo se dirige a una alianza con el crimen organizado que quiere influir en las votaciones. Los temas frágiles son los más adecuados para alterar los resultados. La clase política no comprende lo que dijo Hanna Arendt: “La gente que no puede distinguir entre la verdad y la mentira tampoco puede distinguir entre lo correcto y lo equivocado”, dirigiéndose a una sociedad que rechaza el poder totalitario; pero vale para la nuestra porque la opción de Correa y Cía. está equivocada y es una mentira. El otro aspecto es la Constitución de Montecristi, documento inservible por los pésimos resultados obtenidos en más de 17 años de vida. Por ello no cabe otro acto a darse como oferta electoral que decir que debe ser derogada y poner en vigencia la de 1998. Tan sencillo como esto, a través de una asamblea constituyente o de un grupo de notables que prepararía el texto a ser sometido a consulta popular. El primero puede ser aconsejable si el Sr. Noboa gana el poder Legislativo, o si no ir al segundo, que iniciaría un ‘mare magnum’ de pasiones desaforadas y episodios razonables del imperio del Derecho en un ambiente de democracia.
Francisco Bayancela González