Cartas de lectores: Pobre niña vaga
Al tenor de todo lo mencionado, cabe recomendar la moderación y, de la misma manera, evitar caer en silencios cómplices
Los enunciados descalificadores, igual que el uso de vocabulario impropio, inadecuado, deficiente “-falto de las cualidades convenientes según las circunstancias-” dice la RAE, tanto en los discursos como en los comentarios políticos, han banalizado, infravalorado esa función. Exponer o decir “pobre niña vaga, gordita horrorosa”, etc. y otras expresiones, manifestadas por actores públicos, resultan inadecuadas, inadmisibles, en esa esfera frente a otros contextos exteriores de gobiernos, en los cuales se busca la ejemplaridad.
Si pasamos por un elemental análisis gramatical, esas declaraciones anotan palabras simples: niña, pobre, vaga; son ajenas entre sí. Pero cuando ‘lo dicho’ se convierte en una estructura, la relación entre sus partes, es decir, los dos adjetivos y el sustantivo, dejan de ser independientes y pasan a formar una unidad gramatical que funciona con otro significado del que tenían sus partes independientes, en función de la coordinación y fuerza de la motivación que han logrado entre ellas. Las palabras no son inocentes y con frecuencia olvidamos este principio social de lo motivado.
En ese espacio, en definitiva, se tejen, se hilvanan, relaciones sociales de todo tipo: violencia, agravios, difamaciones, vulgaridades, zafiedades, muy alejadas de la ‘ejemplaridad’ de gobernantes.
En conclusión, se puede pensar que este esfuerzo de mantener un discurso adecuado, legítimo, está fuera de los tiempos y, la condición para una publicidad dirigida a masas es incorporar lo que la RAE llama disfemismo; es decir, “construcciones deliberadamente incorrectas que se utilizan en lugar de otras más neutrales, ya sea con fines humorísticos, satíricos o rebajar la formalidad del lenguaje hablado”. A este último caso nos referimos, es decir, pensar equivocadamente que de esa forma el político se acerca a los grandes públicos.
Al tenor de todo lo mencionado, cabe recomendar la moderación y, de la misma manera, evitar caer en silencios cómplices.
María Cecilia Loor
de Tamariz