Cartas de lectores | Toda la responsabilidad es del Estado

La reacción del gobierno, aunque tome decisiones emergentes, no es la mejor respuesta

El único acuerdo entre los observadores es que los apagones son resultado de la pésima administración que ejerce el Estado, al depender en forma absoluta de la generación eléctrica a través del agua. Está demostrado con el ejemplo de Colombia, en donde no hay apagones desde hace 30 años. Ahora el Gobierno debe comprar energía a la empresa privada porque el Estado colombiano no maneja este negocio. El precio es el más alto, diez veces el valor con el que una vez el gobierno ecuatoriano vendió energía a Colombia, que por entonces estaba armando un plan para enfrentar la escasez. El Estado es dueño de todas las empresas de generación eléctrica del país bajo el dogma ideológico de que el Estado es el mejor administrador de los recursos públicos. A tal extremo contradictorio se ha llegado, que el comerciante particular hace su agosto con esta escasez al vender generadores. La gente mira y comprende que hay formas alternas y dos de ellas decidirán el futuro del Estado como mal administrador: el sol y el viento. Los paneles solares y la energía eólica están a vista y paciencia de la población. Y está formándose una capacidad empresarial, por ahora incipiente, alrededor del sol y el viento. Hay la experiencia en Loja del viento, que produce 16,5 megavatios y esta energía va al sistema interconectado. Así se demuestra que el Estado abarca demasiado. Menudo problema tiene el Gobierno con un problema heredado desde hace mucho. La reacción del gobierno, aunque tome decisiones emergentes, no es la mejor respuesta y ello redunda en la campaña política con respecto a los liderazgos de bagatela que abundan. La conspiración para el fracaso es elemental y siniestramente lógica: si no llueve, los incendios forestales están para agravar el daño, sobre todo a la población rural. Así se quejen y abran expedientes investigativos, los resultados son los que esperan los opositores y para ellos no hay castigo. La generación termoeléctrica es la otra alternativa pero las máquinas están abandonadas y oxidadas en bodegas. Aún así el Estado sigue en sus trece: esperar que llueva y que los incendios sean sofocados.

Francisco Bayancela González