Cartas de lectores | El suicidio de las democracias
Al parecer ningún sistema cuaja si no se sustenta paradigmáticamente en una clase política que inspire a sus ciudadanos
Emerge el maestro y filósofo escocés Alexander Tyler -siglo XVIII-, quien cuestionó en sus Ensayos a la democracia como “fenómeno político-social autodestructivo’’; su colapso empieza cuando los sufragantes votan y optan por candidatos populistas pródigos con fondos del Erario. Viene así el derrumbe, inflación, pobreza, y la población desesperada, proclive a manipulación y sometimiento. Tyler añade que las democracias se agotan y siempre terminan en suicidio. ¿La opinión y voto de las masas consagran necesariamente el camino ideal? Los forjadores de una nación, que construyeron una constitución y fraguaron la grandeza del gran país del norte, formaron parte de élites acaudaladas con elevados niveles de educación; no todos los ciudadanos o pobladores debían decidir sobre todos los asuntos. Se propugnaba una participación indirecta a través del Ayuntamientos y élites intelectuales sin ataduras ideológicas. ¿No contrapone toda razón una ‘democrática’ y plebiscitaria oposición a ultranza al trabajo por horas, en un país asolado por la desocupación? Este modelo laboral sería semilla para ir gradualmente estimulando el aumento de contratación convencional a jornada completa por una cascada de emprendimientos e inversiones. En el contexto global se perfilan escenarios que dan sentido a las obras maestras de la distopia social, política y cultural: Un mundo feliz, La naranja mecánica, Fahrenheit 451, 1984, etc., premoniciones o vaticinios, como el del economista griego ‘marxista errático’ pos-keynesiano, Yanis Varoufakis, sobre la posibilidad ya no tan lejana de un ‘sigiloso Tecno Feudalismo Corporativo o Glebalización de la sociedad. Entran en escena nuevos actores, apalancados en Big Data e inteligencia artificial, y deviene el omnímodo poder de las corporaciones y plataformas frente a sus siervos digitales. Aquí aún sombrías hordas de insignificantes revoltosos prehistóricos y en sala de espera, avispados grupitos o sectas políticas variopintas, esperan ser los privilegiados y futuros capataces de los demolidos Estados-nación. Al parecer ningún sistema cuaja si no se sustenta paradigmáticamente en una decorosa y robusta clase política que guíe e inspire a sus ciudadanos.
Augusto Osorio M.