Útero
Las luchas son individuales y no necesitas de un útero para ser mujer.Canva

Día Internacional de la Mujer: "De mi útero nació mi lucha"

Cada una tiene una historia por la cual luchar. Una lucha también es procurar nuestro placer y nuestra salud sexual y reproductiva

Abrí los ojos y mi útero me taladraba el vientre bajo. El primer día de mi menstruación es un paseo descalza por el infierno en llamas: cólicos, cambios de humor, falta de apetito y nauseas. “¡Feliz día de la mujer!”, me hice la autobroma cruel. Es 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. Antes de coger mi celular, ya sabía que iba a encontrarme con decenas de “¡Feliz día!”, que antes tomaba con enojo porque este es un día de reivindicar una lucha, no de festejar, al menos no todavía. Ahora ya no hay enojo, sino empatía.

He entendido que, quienes te felicitan un 8 de marzo 'por ser mujer', muchas veces lo hacen derivados de la ignorancia. Ignorancia por la que todos hemos transitado. Justo ayer repasaba el camino que he recorrido para escribir sobre temas de género, para empuñar un pañuelo verde, para asistir a marchas. Para entender que este día no es para felicitar, sino para conmemorar una lucha.

Notaba cómo el conocimiento, la lectura y la escucha activa de otras historias de vida me han llevado, de sentir una rabia profunda, a una empatía que me insta a aprender y educar desde mi terreno. Ya no refuto el “feliz día”, ahora le añado “sí, feliz por lo alcanzado hasta ahora, pero con ganas de lograr lo que nos falta”. Porque lo lograremos.

Anoche, mientras buscaba mi pañuelo verde para la marcha que hoy se llevará a cabo en Guayaquil, desde las 17:00 desde la Plaza 'Gavis Moreno' (Plaza San Francisco), pensaba en las luchas individuales que nos llevan a salir a las calles, con los riesgos de que nos insulten, nos llamen locas, agresivas. Porque todo eso nos pasa en las marchas.

Vuelvo a mi útero. Ahí, donde probablemente jamás crezca un bebé, creció mi lucha. Yo no suelo hablar o escribir de esto a modo personal, pero a veces, cuando el dolor tiene un rostro nos es más fácil de entender por qué esta “loca” sube fotos de pañuelos verdes o pide que, si tienen que quemarlo todo para ser escuchadas, pues que lo quemen todo.

Desde hace un par de años, quizá un poco más, mi cuerpo no puede recibir un solo tratamiento anticonceptivo hormonal. Durante casi una década, “me cuidaba” (odio que la expresión sea individual cuando los hijos se hacen entre dos) con pastillas. Esto desequilibró mi organismo. Sufrió mi útero, mis senos, mi estado de ánimo, mi peso. Me estaba destruyendo y no lo sabía.

En ese tiempo, cuando las tomaba, no tenía suficientes conocimientos sobre la condición de desigualdad en la que nos encontramos las mujeres en cuanto a la salud sexual y reproductiva. Porque las hay y de esto pueden derivarse desde los embarazos no deseados hasta las violaciones.  

No entendía por ejemplo, cómo hay docenas de opciones de anticoncepción para la mujer y, para el hombre, al menos en nuestro país, no existan más de tres. Y esto último, “si es que los hombres lo quieren usar”, porque para muchos, pedirles que se pongan un condón es como un insulto. Pedirlo ya es un insulto porque si amas, cuidas.

No entendía que, cuando yo le decía a mi novio que no podía tener sexo porque me había olvidado de una pastilla o porque estaba en mis días fértiles, a este le diera igual y usara frases como “qué, ¿ya no me quieres?, ¿ya no te gusto?” para lograr lo que él quería, sin importar si podía quedar embarazada o no. No entendía que, si quedase encinta, seguramente iba a toparme con cometarios como “¿por qué no te cuidaste?”, cuando a concepción es de dos.

Y lo que es peor, no entendía cómo, si me hubiera quedado embarazada y no quería tener a ese bebé, hubiese tenido que recurrir a la ilegalidad. Datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos del Ecuador (INEC) afirman que en el 2015 hubo alrededor de 18.746 abortos no especificados. El 15.6% de las muertes maternas en nuestro país se produce por abortos clandestinos, según el Ministerio de Salud.

Actualmente, en el Ecuador es una práctica penalizada, pero que realiza tan comúnmente que da miedo. Y da miedo por las condiciones de vulnerabilidad y precariedad que hay en el proceso. La mayoría de mujeres que abortan son jóvenes o adolescentes. Y yo pienso en ellas, porque me veo a mí misma a los 22 o 23 años, cuando empecé mi anticoncepción con absoluta ignorancia en mi cabeza. El pañuelo verde y todo lo que este significa (lucha por el aborto legal, seguro y gratuito y educación sexual y reproductiva), cambiaron mi vida.

Si yo tuviese los conocimientos que tengo ahora, gracias al feminismo, quizá hubiese buscado otras alternativas para no concebir. Quizá hubiese buscado no dañarme, física y mentalmente porque todo el peso de esa responsabilidad o, la mayoría de él, recae sobre las mujeres. Y esto, a la par de que nuestro propio placer sexual es censurado muchas veces. 

Se nos castiga si pretendemos llevar una vida sexual como la masculina. Los orgasmos femeninos aún son un tabú, así como darnos placer. Es importante que hablemos y aprendamos sobre nuestros cuerpos, sobre nuestra sexualidad, pero desde espacios que nos generen libertades y responsabilidades para con nosotras mismas y no que nos castiguen.

Mi útero hoy mismo me recuerda por qué lucho, por qué salimos a las calles, porque así como yo, cada una tiene una historia por la cual luchar: a la que su padre la violó, a la que su vecino la miró con lascivia, a la que algún desconocido le gritó en la calle y la hizo correr de miedo, a la que no le pagan lo mismo que a sus compañeros en el trabajo, a la que la golpean, a la que es obligada a seguir un camino que lo escogió, a la que ya no está porque fue silenciada, a la que la insultan o minimizan por cómo eligen verse. 

Y sí, porque te insultan o minimizan tanto por si subes de peso, como por si bajas de peso. Te insultan o minimizan si vistes recatada o por si te vistes sexy. Da igual, elija usted lo que elija, ser mujer conlleva cargar una piedra enorme que se llama “cumplir estándares” derivados de las malas costumbres.

Y yo me alegro mucho por quienes están libres de todas esas historias, y también me pregunto, ¿vamos a esperar a que nos pase o le pase a alguna de las mujeres que amamos para unirnos a esta lucha?

Quizá haya cosas complicadas de entender, como por qué algunas salimos semidesnudas, por qué gritamos en las marchas, por qué bailamos y a algunos les parezca indignante, ridículo, grotesco. Y sí, quizá queramos llamar la atención, su atención, para que escuchen que nos están matando, que nos están insultando y que esto pare. 

Anda, luego de leer esto, levántate y pregúntale a la mujer que tienes al lado cuántas veces se ha sentido mal o la han hecho sentir mal por las condiciones de desigualdad en la que vive. Escúchala, escucha. Todos hemos pasado por el camino de la ignorancia, que suele ir ligado con el camino del odio. El conocimiento puede ayudarnos a entender, a ser empáticos y a amar; o al menos, a no juzgar y respetar las luchas de cada quien. Ojalá esto nos lleve a desear que haya realmente un feliz día de la mujer, algún día.

Vuelvo a mi útero, el que justo hoy me recuerda que soy mujer. El que también me recuerda que para ser mujer tampoco lo necesito.