El extraño de pelo cano
A cada pavo le llega la Navidad. ¡Y estamos en el diciembre de nuestra vida!
A cierta edad, las cosas suelen ser más sentidas. Uno se vuelve más susceptible, más paranoico. El tiempo va pasando y nos parece que ya estorbamos, que estamos de más. Bien dicen que si ya no eres ‘productivo’ entonces estás consumiendo recursos que otros más jóvenes pueden estar necesitando. Tremenda realidad.
Los hijos se casan, se van de la casa y lo único que nos llena de esperanza es la llegada de los nietos. Pero ellos son solo para un rato. Sigue pasando el tiempo y, para los nietos, dejamos de ser el centro de su amor. Ellos nos van viendo como lo que en realidad somos: una fuente de infinita lástima. ¡Pobre abuelo! No hay por qué pegar el grito al cielo. Es una realidad. Yo, por ejemplo, tengo vagos recuerdos de uno de ellos, del otro abuelo ni me acuerdo. ¡Ah, eso sí, ahora tenemos la ventaja del celular! Podemos dejar testimonio de nuestro paso por el mundo. Queda por ver si estaremos entre sus contactos o en su Instagram. Pero eso no es todo, hay más situaciones para ser fuente de lástima: los compromisos sociales por ‘compromiso’. Me explico. Algún bautizo de un sobrino nieto, la primera comunión de un pariente no tan cercano, la boda de aquel ahijado o sobrino que rara vez se ve. O el cumpleaños de la excolaboradora. En todos ellos hay una rara presión. No sabes si te saludan porque te conocen, porque te respetan o porque simplemente “¡ya lo saludo, para no quedar como patán!” Son momentos de alta tensión. No sabes si armarte de paciencia o salir corriendo. Es que no hay nada que se pueda hacer. Es la ley de la vida. A cada pavo le llega la Navidad. ¡Y estamos en el diciembre de nuestra vida! No faltaba más. Qué duro cuando en cualquiera de estas situaciones especiales te empiezas a sentir como ‘el extraño de pelo cano’... si acaso no se te ha caído.
Roberto Montalván Morla