Leonidas Proaño, obispo de los indígenas

Fue nominado al Premio Nobel de la Paz, como reconocimiento a su infatigable defensa de los derechos humanos, particularmente de los pueblos indígenas

De las figuras descollantes de nuestra historia destaca Leónidas Eduardo Proaño Villalba, que hace 34 años y tras una dolorosa enfermedad murió el 31 de agosto de 1988. Es uno de los referentes de la vida religiosa de nuestro pueblo por la profundidad del cambio de posiciones que representa. Nació en San Antonio de Ibarra, Imbabura, el 29 de enero de 1910; en su niñez trabajó tejiendo sombreros de paja toquilla. Ordenado sacerdote en 1936, desempeñó su ministerio durante 18 años. Nombrado obispo de Riobamba el 29 de mayo de 1954, inició su sacrificada acción pastoral de 31 años, calificada como “la revolución del poncho”. Fue un hombre que por auténtico se volvió conflictivo, por visionario, incómodo, y por cristiano, subversivo. Monseñor es un hito en la vida religiosa y pública del país. Después de él, la política del Ecuador, en especial la de la izquierda, es diferente. Visionario, profeta. Los grandes cambios de la sociedad ecuatoriana y latinoamericana, el desarrollo capitalista, el avance de la organización popular con el Concilio Vaticano II, Medellín y Puebla, los ejes de la oposición cambiaron hacia diversas actitudes frente al control de la propiedad y la riqueza social. Su vida y obra fueron testimonio de que el cristianismo, entendido como identificación de los pobres, rechaza el sistema. La observación atenta y crítica de su grey lo orientó hacia la pastoral comunitaria, como medio para construir una Iglesia viva. Fue nominado al Premio Nobel de la Paz, como reconocimiento a su infatigable defensa de los derechos humanos, particularmente de los pueblos indígenas.

Lic. Iván Vaca Pozo