Septiembre 11

Cincuenta años después, la tiranía continúa gobernando los restos de Cuba, enriqueciéndose con la cocaína y los pocos negocios lícitos que aún existen

El 11 de septiembre de 1973 en la mañana se inició el bombardeo del Palacio de La Moneda, donde se encontraba el presidente Allende. Horas después él se suicidaría “apoyando su fusil AK47 bajo su mentón y disparando dos balas”, como concluiría la investigación oficial. El fusil se lo había regalado su amigo Fidel Castro.

Allende ganó las elecciones de 1970 con 36,6 % de los votos e intentaba instalar “el socialismo a la chilena” en plena Guerra Fría, luego de pocos años de la crisis de los misiles rusos en Cuba y del asesinato del presidente Kennedy. Así se instaló el primer gobierno marxista elegido democráticamente en el mundo, formado por partidos de ultraizquierda, los principales: el comunista y el socialista de Allende.

Mi padre era cercano a Allende. Ateo, marxista y burgués como él. Compañero de núcleo del partido Socialista y miembro de la misma logia masónica. Había hecho una exitosa carrera en una empresa que fue intervenida por el gobierno de Allende. En su primer año de gestión, Fidel Castro visitó Santiago por casi un mes, y Allende visitó la URSS, estrechando vínculos con las dictaduras socialistas del mundo, mientras su partido formaba grupos armados, impulsaba la toma ilegal de haciendas y la intervención de empresas. Participamos en familia en ‘trabajos voluntarios’ en esas haciendas.

El día del golpe, mientras bombardeaban el palacio de gobierno y nos refugiábamos en nuestras casas, los trabajadores recibieron instrucciones de resistir en las instalaciones de las empresas intervenidas. Pero al enterarse de la muerte de Allende los líderes dejaron a los militantes a su suerte. Días más tarde, mi padre regresó a casa. Recuerdo a mis padres quemando libros que los identificaran con la utopía en la que habían creído, entre ellos Archipiélago Gulag, del premio Nobel ruso Solzhenitsyn, que narraba los crímenes de la dictadura soviética, los mismos que se instalarían en Chile y que ocurren en Cuba hasta hoy. Tiempo después sus empleadores ofrecieron a mi padre una oportunidad laboral en Ecuador, donde mis padres vivieron hasta sus muertes. Su último viaje fue a Cuba; allí atestiguaron la tiranía de los Castro y el fracaso de la utopía socialista que Allende había intentado instalar en Chile. Cincuenta años después, la tiranía continúa gobernando los restos de Cuba, enriqueciéndose con la cocaína y los pocos negocios lícitos que aún existen. Eso pudo ser Chile.

Iván Ramos