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Abelardo García | Amor y paz

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El amor y la paz como Jesús nos los mostró, no es un regalo o una dádiva que se recibe sino un obsequio que se brinda

Esta nota no pretende hacer una evocación, ni siquiera un guiño a lo que fue la década de los 60 del siglo pasado, cuando la irrupción de la cultura ‘hippie’ conmovió a muchos, marcando sin duda una época con sus propias características. Nosotros vamos mucho antes en el túnel del tiempo; para ser más precisos, veintiún siglos atrás, cuando con fuerza inusitada un niño en un pesebre trajo ese mensaje de amor y de paz.

Más allá de lo religioso, el mensaje de amor y el mensaje de paz, vistos a la luz de la educación, han de vivirse cada día, porque hay que amar lo que se hace para ser un verdadero educador; hay que amar al alumno para darle de cada profesor el mejor fruto, los mejores ejemplos y esa generosa trascendencia que debe llevarnos a esperar que el estudiante sea mejor que el enseñador, que el alumno supere al maestro a partir de lo que observa, de lo que aprende, de lo que toma de él.

Si aprendemos y nos estructuramos a partir de la imitación, a partir del repetir actitudes, ideas, palabras que se generan en nuestro entorno, cada maestro, cada padre de familia, cada miembro de la sociedad ha de enseñar; por ello la necesidad de que actuemos adecuadamente, buscando el bien propio y de la comunidad.

El amor se aprende a partir del entorno en el que se vive, de las actitudes que se observan y de los ejemplos que se descubren en el camino.

Encontrado el amor, la paz viene por añadidura, y también se construye, no equivocadamente como piden muchos: desde afuera, desde el otro, desde las ideologías, desde los espacios, sino desde el interior. La sembramos en la mente y el corazón de cada hijo, de cada alumno, con nuestros consejos, con nuestros gestos, con nuestros ejemplos.

El amor y la paz como Jesús nos lo mostró, no son un regalo o una dádiva que se reciben sino un obsequio que se brinda, que sale de nosotros, de nuestros afectos, de nuestros sentimientos, de nuestra solidaridad. Por ello, padres y educadores habremos de esforzarnos para que la semilla dejada en cada uno de ellos, hijos y alumnos, sea fuerte y fructifique porque cayó en tierra fértil.

¡Felices Pascuas!