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Abelardo García Calderón | Forjemos nación

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Tenemos que enseñarles a amar la tierra en que nacieron, que los cobijó y les entregó su identidad

En este tiempo de practicidades, tecnologías y concreción, en el que el aquí y ahora y la inmediatez presumen, es un hecho que alumnos de todos los niveles tienen una gran dificultad para la abstracción.

Los conceptos con altura del pensamiento les son esquivos; por ello, es difícil que sean capaces de definir y trabajar con ideas como: libertad, lealtad u otras acaso más cercanas, como patria y nación.

Resulta, pues, mandatorio para quienes estamos en educación, y de cara al ser humano que estamos forjando, absolutamente gregario, social y globalizado, el que hagamos lo posible para acercar al alumno no solo la idea, sino la vivencia sublime de patria y el concepto de nación.

Es imperativo aterrizar estas ideas para formar un mejor ecuatoriano, ciudadano de bien, capaz de pensar, analizar, discriminar, elegir y acertar.

Y es urgente, porque tenemos la sensación de que en todos los niveles socioeconómicos se educa para el exterior, para la exportación de vidas y talentos, y se rompen lazos de identidad, de cultura, de costumbres y tradición.

¿Queremos mejores ecuatorianos? Formemos, pues, ecuatorianos capaces de integrarse al mundo, sí, pero con raíces claras de su origen, de su esencia, de su pertenencia a una patria llamada Ecuador.

Mientras solo nos esforcemos por lo global y universal, dejando de lado aquello que nos hace ser de este país, estaremos equivocando el paso y permitiendo que los jóvenes y no tan jóvenes solo busquen huir.

Tenemos que encontrarlos con la ecuatorianidad; tenemos que enseñarles a amar la tierra en que nacieron, que los cobijó y les entregó su identidad.

En ocasiones admiramos y aplaudimos las culturas, el folclor, las tradiciones de pueblos lejanos, pero juzgamos a menos, escondemos o renegamos de lo nuestro.

Nuestra historia, nuestras leyendas y tradiciones, nuestra música, nuestra danza, nuestros colores, olores y sabores los dejamos a un lado y calificamos con dureza por tristes, por cholos, por vergonzantes, y, dándoles la espalda, soñamos con lo extranjero. Por ello urge forjar identidad y nación.