Abelardo García | El Dios que fue niño
El Dios todopoderoso se entrega niño, frágil, desvalido a las manos tiernas de la madre que lo acoge y cobija
Entre los misterios que la Iglesia nos presenta, algunos elevados a la categoría de dogmas, hay uno que siempre nos ha conmovido y llamado la atención: el Dios que nace de una mujer, el Dios que se hace humano y se muestra como niño en el pesebre, asumiendo para sí la imagen de mayor indefensión de la persona humana. El Dios todopoderoso se entrega niño, frágil, desvalido a las manos tiernas de la madre que lo acoge y cobija.
Si la imagen visual conmueve, la idea de que aquel, que es omnipotente, omnisciente, golpea a la mente y nos llena de estupor. El Dios que todo lo sabe y todo lo puede se ofrece como neonato, como bebé, acaso para darnos desde ese momento las lecciones de vida que necesitamos. Sin duda, Jesús no necesitaba un cuerpo, pero así lo decidió y lo eligió.
La señal que nos manda entonces el que pudo venir fantasmagóricamente, o solo como luz, o solo como voz, es que el cuerpo debe ser dignificado; que no está, como creen muchos jóvenes de hoy, para ser cortado, marcado ni irrespetado. El cuerpo no peca; la persona humana lo hace, y tenemos que enseñar a nuestros alumnos a dignificar, proteger y defender su anatomía.
Si no necesitaba un cuerpo, acaso tampoco requería de familia, pero la tuvo, mostrando así la necesidad de padre y madre, de cultura familiar, de identidad, de tradiciones filiales. En fin, el que pudo llegar como Júpiter tonante, solo y resplandeciente, escogió pertenecer a ese núcleo, a esa célula social, que hoy identificamos como familia.
Pero no solo escogió tener padres, sino que estuvo sujeto a ellos, enseñándonos con su vida los roles de cada quien, modelando y ejemplificando.
La familia es vital para el desarrollo y crecimiento emocional del niño; en ella encuentra y con ella descubre razones, hábitos de vida y la fe que necesita para enfrentarla. En esa enorme lección de humildad del que nada necesita porque todo lo tiene y lo es, nos dice también cómo hemos de ser.
Que las bendiciones emanadas del portal de Belén nos alcancen y no enseñen a entregar como padres y madres las lecciones que los niños de hoy necesitan.El Dios todopoderoso se entrega niño, frágil, desvalido a las manos tiernas de la madre que lo acoge y cobija.