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Abelardo García: Disciplina

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La disciplina lo que siempre buscó y busca, es un actuar de acuerdo con normas, respeto y reglas claras.

Sin duda, existen palabras que con solo oírlas despiertan escozor, rechazo, animadversión, pues su significado nos transporta a vivencias o circunstancias duras o difíciles. Esto es acaso lo que ocurre con esta palabrita tan necesaria para la persona humana como tan malinterpretada por la gente posmoderna.

Sí, es que, cuando se menciona la disciplina, la mente o la memoria se van al maltrato, al grito, a la reacción violenta, al castigo y a todos los mitos o hitos que en el pasado se construyó alrededor de ello. Obviamente, aquellos aforismos como: “la letra con sangre entra”, poco ayudan a mejores interpretaciones y desdibujan la intencionalidad que el concepto tiene.

En primera instancia hay que ubicar a las cosas en su momento y en su época. En aquellos tiempos de la palmeta, del castigo físico en la escuela, se vivía una sociedad dura y represiva y una familia altamente exigente y rigurosa en la autoridad, al punto que la famosa regla se quedaba corta ante los látigos que los padres de familia entregaban a profesores para que se sancione a sus hijos.

En todo caso, la disciplina lo que siempre buscó y busca, es un actuar de acuerdo con normas, respeto y reglas claras; tanto que hoy bien podríamos decir que el reloj y la agenda resultan ser las palmetas de estos tiempos.

Sin aplicarla es imposible vivir como entes sociales, nos hace puntuales, íntegros, aseados, estudiosos y analíticos, al punto de que sin ella no habría orden en la vida personal, ni habría familia, ni empresa, ni comunidad, ciudad o nación.

El marco disciplinario es vital para establecer las relaciones interpersonales y para desarrollar de la mejor manera el crecimiento psicosocial de los individuos.

Sin disciplina no hay deporte, no hay juegos, no hay tránsito y movilidad, en fin, todo se caería como un castillo de naipes.

No hay que temerle, porque es necesaria, pero obviamente hay que aplicarla de acuerdo a cada generación para sintonizar a esta con el buen actuar, el buen aprender y el buen vivir; y no hay que rechazarla, porque sin ella resulta casi imposible la vida misma.