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Abelardo García | Impunidad: se cultiva y se cosecha

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En ese afán permanente nuestro de no asumir, no queremos caer en cuenta de que sembramos y cultivamos la impunidad

A lo largo de la última etapa republicana los ecuatorianos hemos crecido oyendo términos o ideas que han sido iconos de distintos momentos históricos. Así fue la época de los “pálidos reflejos”, de los “juntos programáticos”, del “ni un paso atrás” y muchas más. Ahora nos rasgamos las vestiduras repitiendo a cada instante la palabra “impunidad”.

De tanto decirla nos creemos que este es un monstruo o fantasma que aparece de repente, de sorpresa; en ese afán permanente nuestro de no asumir, no queremos caer en cuenta de que sembramos y cultivamos la impunidad, que esta la depositamos en el niño casi desde la cuna y que en ocasiones hasta la festejamos.

Cuando el niño pequeño golpea el rostro de la madre o el de otro cualquiera y no decimos ni hacemos nada, estamos escogiendo volverlo impune; cuando más adelante maltrata a otro o toma lo que no es suyo o simplemente miente y nadie pone reparos, ya estamos sembrando la impunidad.

Cuando aceptamos el: “yo no sé”, “yo no fui”, “solito se cayó” o el “yo no hice nada”, conociendo o intuyendo que aquello es un cubrirse para no aceptar responsabilidades, seguimos cultivando impunidad. También cuando solapamos o mentimos ante el profesor para salvarlo de una mala nota, o cuando lo defendemos echando la culpa a un compañero distinto.

Cuando viramos la cara ante una dura falta deportiva, cuando no reaccionamos frente a la evidente copia, cuando nos volvemos defensores a ultranza y no jueces objetivos de niños y adolescentes, cuando los pasamos de año sin aprender, les estamos enseñando a ser impunes.

¿Por qué hemos de esperar entonces que en la vida para la que los hemos preparado actúen o reaccionen de manera distinta? O peor, ¿por qué aspiramos a que de pronto olviden la forma en la que han crecido, han evolucionado y se han estructurado como personas humanas?

La impunidad se cosecha porque en ocasiones sin querer o por amor mal entendido, o por no complicarnos la vida, la sembramos y la permitimos crecer en el hijo o en el estudiante que tenemos en nuestras manos para formar.