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Abelardo García | Padres: alerta, por favor

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Los tiempos que esperan a estos jóvenes y pequeños, que aún se construyen en las aulas, son altamente duros y competitivos

Días atrás, la academia quiteña alertaba sobre cómo sus consultorios psicológicos están sobresaturados por la atención a estudiantes con ansiedad, depresión, estrés y desconcierto. Pues, como decíamos en nota anterior, vivimos una evocación de la cuarentena en pandemia.

Por otro lado, a los padres hoy les cuesta hacer una traslación de lo que ellos mismos vivieron a lo que hoy requieren sus hijos. Todavía se anclan a las corrientes y modas psicológicas que entonces se exaltaban y que muy poco ahora sirven para atender al niño o adolescente de este tiempo.

Unidas las circunstancias mencionadas en los párrafos anteriores, debemos considerarlas, sin duda, como un retrato de las actuales generaciones, pues también por acá, en la costa, las consultas de psicólogos y psiquiatras se han vuelto frecuentes y usuales para niños y jóvenes, ya que sus comportamientos muestran realmente actitudes que ameritan atención.

Estas señales nos obligan a mirar el proceso formativo de los hijos y alumnos de hoy: sobreprotegidos al máximo, creciendo en ambientes de comodidad y poca exigencia, defendidos a ultranza por padres compensadores, que gritan al mundo que lo único que desean es que sean felices, es decir, sin problemas que resolver, sin tropiezos a los que sobreponerse, sin lograr dimensionar el daño y la fragilidad mental y espiritual que se está generando. No los estamos preparando para la vida.

Los tiempos que esperan a estos jóvenes y pequeños, que aún se construyen en las aulas, son altamente duros y competitivos, complejos y sorprendentes, inciertos y variables. Por ello necesitamos trabajar en el interior de cada quien, para que logren formar espíritus que practiquen la fortaleza, la templanza, la resiliencia, el amor propio, sin temor al qué dirán por no complacer a todos, y a remar contracorriente, si es necesario, tratándose de principios y valores.

Recordemos que esos universitarios y pacientes de hoy fueron los niños e hijos que formamos en la debilidad, en la permisibilidad, en la complacencia extrema, en el “que tengan lo que yo no obtuve” y en el “mi hijo nunca”.