Abelardo García: ¿Padres o cómplices?
Hoy no interesa tanto la formación como la nota; hoy queremos ser aceptados por ellos a toda costa
Hace ya algunos meses atrás, cuando transcurría el primer trimestre, una clase de bachillerato en uno de los colegios de Samborondón se aprestaba a realizar su primera evaluación. Los alumnos dispuestos, el profesor entrega la prueba y se da inicio así a la examinación.
Durante el recorrido por las mesas, el profesor se percata de movimientos sospechosos y discretamente se acerca hasta un estudiante que, en apariencias, resolvía los temas en cuestión. Al hacerlo, ve con claridad que, sobre la banca están copiadas a mano las respuestas del examen entregado. Caso flagrante y clarísimo de deshonestidad académica. El profesor retira el documento para proceder con el respectivo protocolo y, en principio, recibe, como era de esperarse, la negativa del alumno para aceptar su culpabilidad: “Yo no lo hice”, “eso no es mío”.
Confrontado con la realidad y demostrado que era su letra, el discípulo admite finalmente su responsabilidad, pero dice que esos apuntes los hizo como borrador para pasarlos luego al papel de la prueba. Respuesta ingenua, pero sin duda un buen intento de disculpa del copista.
Si hasta ahí hubieran llegado las cosas sería un asunto repetido en todos los tiempos, pero lo alarmante es que a los dos días el representante del estudiante concurre ante los directivos institucionales para apoyar la tesis de que su hijo resolvió el examen primero en el pupitre para no cometer errores en las páginas de la prueba, y que entonces su representado no puede ser acusado de copiar o de ser deshonesto, ya que solo actuaba así por precaución.
¡Cómo han cambiado los tiempos, cómo han cambiado los padres! Parecería que para buscar reconocimiento y cariño es necesario ocultar los defectos, encubrir las faltas y volverse cómplices de los hijos.
Hoy no interesa tanto la formación como la nota; hoy queremos ser aceptados por ellos a toda costa, simplemente porque no sabemos amar y caemos en la trampa de la complicidad, de la mentira y el solapar. ¡Qué equivocados estamos y qué penosa realidad hemos construido!
Ser sobreprotectores, ser cómplices, no es ser padres.