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Abelardo García: Entre percepción y realidad

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El niño y el joven deben ser expuestos a la lectura, al contraste de fuentes, al análisis y certeza de los hechos...

Cuando los antivalores son estrellas de la gran pantalla, cuando la percepción gana adeptos ante la realidad, cuando el mal actuar se vuelve habitual y cotidiano, cuando la incultura, procacidad, exhibicionismo o desinformación, junto al egoísmo, se apropian de las formas de comunicar es tiempo de pensar que debemos poner un alto y trabajar realmente en aulas y campus académicos para generar mentes diferentes, inteligencias capaces de analizar y discriminar.

Hacer lo que decimos se vuelve imperativo, pues el riesgo de no enfrentar ese desafío puede llevarnos a vivir una sociedad sin valores, falsa, mediocre y aborregada; esnobista y prejuiciosa; y por sobre todo, inculta y ajena a las verdades fundamentales que debemos buscar y encontrar.

El niño y el joven deben ser expuestos a la lectura, al contraste de fuentes, al análisis y certeza de los hechos para que no solo repitan de oídas.

Se dijo días atrás, en nuestro diario, que los jóvenes ecuatorianos se enteran de las cosas más por lo que les cuentan los amigos y lo que leen en las redes, que por aquellas fuentes debidamente comprobadas.

Tenemos que enseñar a buscar lo cierto, a reconocer la credibilidad del testigo y del testimonio, y a validar claramente lo dicho con el hecho antes de ser repetido, sin descuidar el sentido común y la lógica, que usualmente son grandes ayudas para no enredarnos en noticias falsas, desatinos o calumnias.

Hoy la presión es grande para que nos quedemos en la forma, en el resultado; para que admitamos como válido el fin que justifica los medios; y para que la percepción nos conforme, enmascarando la realidad.

“No hay peor ciego que el que no quiere ver”, decían los abuelos, y tenemos la impresión de que hoy nos ciegan para que no seamos capaces de llegar a la verdad profunda y absoluta.

Por eso es claro que enseñar a pensar es un reto, que hacerlo es una molestia para quienes buscan y quieren un mundo rosa y ligero, aborregado y sumiso ante las modas y los caminos fáciles, más allá de la fuerte exigencia, nada plausible, que supone a la mente del educador vocacionado y comprometido.