Alfonso Albán: Pobres inocentes
Pecar de inocentes sí es nuestra responsabilidad y hay que asumirla
He escuchado a tantas personas, en tantas circunstancias diferentes, defender con tanta convicción la gestión del presidente Daniel Noboa, que empecé, por un momento, a cuestionarme si tal vez soy yo el equivocado y tengo una mirada demasiado dura sobre lo que está haciendo y no este Gobierno. Quienes ejercemos el periodismo sabemos que dudar, incluso de uno mismo, es una herramienta válida y necesaria. No somos dueños de la verdad. Siempre hay que nutrirnos de otras voces para formarnos un criterio e intentar llegar lo más cerca posible a esa verdad.
Pero, ¿cuál es el argumento de quienes defienden con tanto ímpetu la gestión presidencial? Que está peleando contra las bandas criminales y que el problema de la crisis energética no lo provocó él, sino sus antecesores. ¿Eso es todo? ¿Algún otro argumento? Nada. Eso es todo. Para mí, es más que suficiente para reafirmar mi postura, sin lograr entender por qué hay quienes aún lo defienden. Salvo una explicación: los ciudadanos estamos tan desesperanzados que vemos un salvador en cualquiera que diga un par de frases llamativas y lance unas cuantas promesas, sin importar si en el camino pisotea la Constitución o si nos mete la mano en el bolsillo sin entregarnos seguridad o buena educación y salud a cambio.
Por más desesperanzados que estemos y necesitados de alguien que venga a solucionar los grandes problemas del país, pecar de inocentes sí es nuestra responsabilidad y hay que asumirla. Que el Gobierno está luchando contra el crimen organizado nadie lo duda, pero si en el camino se violentan derechos humanos, es indefendible desde cualquier punto de vista. Es visible que el Gobierno está trabajando para solucionar a mediano y largo plazo el problema de la crisis energética, pero hacerlo con contratos dudosos es impresentable.
Es correcto y plausible defender una posición de la que uno está convencido, pero con argumentos de peso y equilibrados. Si se ve solo el árbol y no todo el bosque, es cuando caemos en posiciones pasionales que nos empujan solo a volver a pecar de inocentes cada cuatro años.