Andrés Isch: Dignidad
Asegurar la dignidad individual, con respeto a la dignidad ajena, debería ser la razón única de existencia de los estados
El presidente Gustavo Petro inundó las redes con esta palabra después del problemón en el que su exabrupto había metido a Colombia. Dignidad, repitieron a coro seguidores e ideólogos, como si de verdad se tratara de una lucha de principios.
Dignidad, también gritaron en el 2008, cuando Ecuador rompió relaciones con Colombia por el ataque a Angostura, después de que se había agotado la confianza en que el gobierno ecuatoriano ayude a combatir al terrorismo de las FARC.
Antes de eso, de la dignidad se habían abanderado para boicotear las negociaciones de un tratado comercial con Estados Unidos.
Boicotearon así, con este discurso, a una lucha coordinada contra el narcotráfico, que hoy nos azota. Impidieron el acceso preferente de nuestros productos y servicios al más importante mercado del mundo y renunciaron a la oportunidad de generar cientos de miles de empleos, formales y de calidad.
La dignidad devaluada a una estrategia de marketing político para sostener ideas anacrónicas.
Lo real es que la dignidad no se trata de una bandera colectiva, ni de posiciones estatistas, menos aún de una doctrina “revolucionaria”, sino de la real posibilidad de una persona para crear y sostener con dignidad una identidad propia que le permita avanzar en su proyecto de vida.
Es esa capacidad moral de la que habla Habermas, en donde la libertad se convierte en la piedra angular para poder concretar un real goce de derechos.
La dignidad no es una dádiva ni una etiqueta, menos aún gritos estridentes, sino una condición que se construye cuando somos y nos sentimos ciudadanos con legitimidad, sin que se nos descalifique por el origen o fin de nuestras ideas.
Aquellos regímenes que bregan por un modelo totalitario, con leyes mordaza, que castigan al éxito y premian la sumisión y el pensamiento único son su antítesis.
Asegurar la dignidad individual, con respeto a la dignidad ajena, debería ser la razón única de existencia de los estados.