Andrés Velasco: La ilógica del frenesí arancelario de Trump
Canadá ciertamente depende del comercio con Estados Unidos, pero, ¿en qué sentido representa una amenaza?
¿Tiene alguna lógica el frenesí arancelario desatado por el presidente estadounidense Donald Trump el 2 de abril? Nadie puede responder con certeza, porque Trump es un político que ha convertido la imprevisibilidad en parte central de su identidad. Sin embargo, es imprescindible responderlo. Comencemos por lo obvio: Trump cree que los aranceles harán que los empleos manufactureros regresen a Estados Unidos y que la economía norteamericana volverá a ser grandiosa. Si Trump pensaba que el 2 de abril sería el Día de la Liberación de EE.UU., lo sucedido desde entonces debería haberlo hecho cambiar de opinión.
La bolsa accionaria de Nueva York se desplomó, los analistas andan cerca de predecir una recesión y la Reserva Federal comienza a sentir la presión para que recorte tasas de interés y arregle el lío. Los libros de texto de economía sugieren que los aranceles deberían hacer que el dólar se aprecie, pues si los estadounidenses importan menos, también venden menos dólares en el mercado cambiario. Sin embargo, la magnitud y escala de los aranceles “recíprocos” fue tal, que el dólar se depreció respecto a las monedas más importantes del mundo.
Esto solo puede significar que los operadores anticipan una disminución de la actividad económica en EE.UU. Otra razón: quizás a Trump no le importe la economía estadounidense en su conjunto, pero sí quiere recompensar a los obreros del Oeste Medio que le dieron su voto. Esta teoría tampoco funciona. Los aranceles a las partes y piezas importadas para automóviles tienen efecto opuesto: hacen que la fabricación doméstica de automóviles sea menos rentable. Es perfectamente posible que la explosión arancelaria de Trump reduzca la protección efectiva al sector industrial en EE.UU. y así destruya empleos manufactureros ya existentes en lugar de crear nuevos. Es seguro que subirá el precio de todos los automóviles y de otros bienes de consumo, y no es algo que vayan a celebrar quienes votaron por Trump.
El resguardo del mercado interno ante las importaciones no es algo que tenga sin dormir a los magnates de la tecnología, y la protección a través de aranceles no figura en la lista de lo que quieren del gobierno. Por el contrario: los aranceles de Trump les podrían salir muy caros porque si los países afectados quieren tomar represalias, lo más cuerdo sería que se enfocaran en los servicios (incluidos los tecnológicos), sector en que EE.UU. tiene un cuantioso superávit comercial. Dado todo lo anterior, ¿por qué Trump insiste con los aranceles? Aún en búsqueda de una respuesta erudita, acudí a una fuente clásica: el libro de Albert Hirschman, El poder nacional y la estructura del comercio internacional. Parecería que Trump apela al efecto de la influencia.
Despliega su poder político haciendo que sea más costoso para sus competidores extranjeros vender bienes en EE.UU. Pero para afianzar el poder político a través del comercio, una nación debe enfocarse en países que representan una amenaza económica y política; que dependen en gran medida del comercio para su prosperidad; y que difícilmente pueden desviar su comercio hacia terceras partes. ¿Hay alguien que crea que los esbirros de Trump llevaron a cabo un análisis de este tipo para decidir a quiénes impondrían aranceles?
Hirschman destaca algo ominoso: el país que empleó de manera efectiva las amenazas comerciales para obtener poder político, en especial en Europa Central y Oriental luego de 1933 fue la Alemania nazi. Esperemos que este no sea el modelo de Trump. La única explicación para sus aranceles reside en la respuesta a la antigua pregunta de por qué los bebes se chupan el dedo gordo del pie: porque pueden. EE.UU. y el resto del mundo pagarán muy caro por esta conducta infantil.