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Arturo Moscoso: El autoritario que llevamos dentro

Avatar del Arturo Moscoso Moreno

Cuando el abuso de poder proviene del nuestro, cerramos filas, pero si viene del contrario, lo señalamos 

En Ecuador tenemos una extraña relación con el autoritarismo. Nos asusta cuando viene del ‘otro lado’, pero nos gusta cuando viene envuelto en el aroma de nuestras simpatías. Daniel Noboa, que se esperaba fuera un ejemplo de renovación política, es hoy la muestra más reciente de esta contradicción nacional.

A quienes advertimos, criticamos y nos opusimos a los excesos del correísmo, siendo en muchos casos perseguidos por eso, nos tacharon de “vendepatrias”, “odiadores” u otros epítetos menos reproducibles. Ahora, al criticar las irregularidades del gobierno de turno, resulta que somos “correístas” o cosas peores. Parece que para ciertas personas el problema no es la violación de la ley, sino quién la comete. El presidente incumple la obligación constitucional de pedir licencia para hacer campaña o nombra a una nueva vicepresidenta sin causa legal, pero no importa, es ‘nuestro autoritario’, ¿cierto?

Este fenómeno tiene una explicación deprimente: en su mayoría, los ecuatorianos no somos demócratas. De acuerdo al informe de 2024 del Latinobarómetro, solo un 42 % de ecuatorianos concuerda con que la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno, mientras que un 34 % está de acuerdo con que da lo mismo un régimen democrático que uno no democrático. Esto expone no solo la baja preferencia por la democracia, sino que refleja un círculo vicioso: las instituciones fallan, los ciudadanos pierden la fe en ellas y se abre paso al populismo o al autoritarismo como soluciones aparentes.

Mientras tanto, no defendemos principios, defendemos bandos. Cuando el abuso de poder proviene del nuestro, cerramos filas, pero si viene del contrario, lo señalamos con indignación moral. El mayor problema de Ecuador no es el autoritarismo de nuestros líderes, sino la comodidad con que los ciudadanos lo aceptamos siempre que sirva a nuestros intereses. La democracia, al final del día, se reduce a una etiqueta que usamos según el lado del espectro político donde nos encontremos.

Así que, por favor, seamos honestos, no es la democracia lo que nos define, sino el autoritario que llevamos dentro, listo para aplaudir mientras nos convenga.