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Arturo Moscoso: ¿Qué carajos pasó?

Avatar del Arturo Moscoso Moreno

Lo único que alcanzó a articular González fue el viejo y confiable grito de “¡fraude!”

Es la pregunta que probablemente se hizo Luisa González la noche del 13 de abril, mientras veía cómo Daniel Noboa la barría con más de 11 puntos de diferencia, y la pregunta que creo que todos nos hicimos. Si las encuestas nos habían prometido una final voto a voto, suspenso hasta el último decimal… ¿cómo terminó en goleada?

Lo único que alcanzó a articular González, aupada por el loco del ático y una panda de malos perdedores, fue el viejo y confiable grito de “¡fraude!”. Como si con esa diferencia, en un sistema automatizado, observado y controlado, uno pudiera esconder semejante montaña de votos.

Lo que no quieren ver Luisa y compañía es que hay explicaciones más sencillas. Por ejemplo, ese voto por Noboa que nadie confesaba, pero que estaba ahí, disfrazado de indecisión. También está el techo del correísmo, al que ya había llegado en la primera vuelta. Un 44% que no creció porque ya no tenía a dónde crecer. Más allá, hay un abismo de rechazo que ni con la wiphala al hombro pudieron contrarrestar.

El acuerdo con Pachakutik no ayudó. Se lo intentó presentar como una gran unidad, pero fue visto como desesperación. Generó ruido en el movimiento indígena, fracturas internas y desmovilización. Mientras tanto, Noboa se organizó. Aprendió. Y protegió su voto. La prohibición de fotos a la papeleta también jugó su parte: sin ‘selfie’, sin presión… ¿sin extorsión?

Y como si eso fuera poco, hablar de desdolarización en un país que ama el dólar no fue la mejor idea. Ni el escándalo del celular de Verduga -alias Mónica-, que terminó siendo más viral que cualquier propuesta. En una elección tan reñida (al menos en el pronóstico), esos errores pesan. Y pesaron.

Y aún falta cruzar datos, pero se habla de la movilización del voto de adultos mayores, del menor ausentismo general, y del uso más estratégico del miedo que del entusiasmo. Mientras unos salían a gritar “vamos a volver”, otros pensaban: “mejor que no vuelvan”.

Así que sí, la pregunta es válida: ¿qué carajos pasó? Pasó, finalmente, que el miedo a lo que representa el correísmo fue más fuerte que el entusiasmo que logró generar.