Arturo Moscoso: Purga
En este proceso no se puede olvidar la importancia de reforzar la ética judicial y el compromiso con una justicia rápida y efectiva
El caso Purga ha dejado al descubierto lo que muchos de quienes ejercemos la profesión de abogados sospechábamos e intuíamos, pero que rara vez se confirmaba tan explícitamente: la profunda podredumbre que está enraizada en nuestro sistema judicial. Este caso, que revela una red de corrupción que involucra a políticos, jueces y narcotráfico es un triste recordatorio de que nuestra justicia es poco confiable. Pero, más allá de la corrupción, hay otro mal quizás igual de perjudicial: la mediocridad y la ignorancia.
Es un hecho que la corrupción distorsiona la justicia, favoreciendo intereses particulares sobre el bien común y disminuyendo la confianza en todo el sistema político. Sin embargo, los jueces y funcionarios judiciales mal preparados o ignorantes (que no los son todos, por supuesto), son un cáncer silencioso que corroe las bases de nuestro sistema judicial. Así, no se trata solo de aquellos que actúan dolosamente, sino también de los que, por su incompetencia, emiten fallos erradamente motivados. Estas decisiones se convierten luego en referencia para otros jueces, lo que sienta precedentes peligrosos y perpetúa un ciclo de malas decisiones que desvirtúan la justicia y desprotegen al ciudadano.
La necesidad de una reforma al sistema judicial es evidente, pero esta no debe limitarse a erradicar la corrupción. Debe extenderse a asegurar que los jueces no solo sean íntegros, sino también competentes y bien preparados. Es crucial implementar mecanismos rigurosos de selección y formación judicial que garanticen que quienes emiten fallos en nombre de la justicia estén a la altura de su responsabilidad.
En este proceso no se puede olvidar la importancia de reforzar la ética judicial y el compromiso con una justicia rápida y efectiva. También se requiere de un cambio cultural que revalorice el papel de la justicia en la sociedad y el impacto que tiene en la vida de las personas.
Así, la justicia en Ecuador necesita una purga, pero esta debe ir más allá de los corruptos. Tiene que deshacerse de la mediocridad e ignorancia que también salpican su integridad. Una justicia corrupta es una tragedia, pero una justicia incompetente es una catástrofe tanto o más devastadora.