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Arturo Moscoso Moreno | El chat de vecinos

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Nadie cree en nadie, todos se sienten víctimas, y cualquier norma, por mínima que sea, es vista o como una imposición...

Hay un lugar en el que los conflictos se viven con intensidad, donde las pasiones están a flor de piel y la capacidad de llegar a acuerdos es casi nula: el chat de vecinos. Originalmente creado para ‘informar’, se ha convertido en un campo de batalla donde la verdadera guerra no es por Ucrania, sino por la caca de los perros.

La dinámica es simple: alguien sube una foto de un ‘regalito’ canino adornando la vereda. En menos de cinco minutos, hay 30 mensajes. No falta quienes exigen sanciones ejemplares (“¡mano dura!”), quienes piden empatía (“quizá el perrito se le escapó”) y, por supuesto, el que recuerda que él siempre recoge la suya, como si de un Gandhi con funda biodegradable se tratara.

Luego viene la segunda guerra civil: dónde, cómo y por cuánto tiempo se parquea la gente. Que si este se estacionó mal, que si el visitante se quedó toda la noche, que si se puede o no parquear en la calle, que si la calle es pública o privada, que si hay que poner conos, que si los conos son expresión de autoritarismo. La administración, pobre, solo observa desde la trinchera, como los cascos azules, sin poder hacer mucho más que enviar comunicados que nadie lee o nadie entiende o nadie quiere entender.

Pero más allá del chisme sabroso ( y el consabido “¿pero, quiénes somos para juzgar?”), hay algo más profundo (además del hueco en la calle que nadie arregla): lo que vivimos en estos chats es un reflejo perfecto de nuestra vida pública en Ecuador. La desconfianza es el nuevo cemento social. Nadie cree en nadie, todos se sienten víctimas, y cualquier norma, por mínima que sea, es vista o como una imposición de la extrema derecha (o la extrema izquierda, para el caso da igual), o como una rendija para colarse y sacar ventaja.

Nos quejamos del país, de los políticos, de los gobiernos, pero no podemos ponernos de acuerdo ni en si se puede pasear al perro sin correa o si se puede parquear o no en la calle. Y es que, al final, la institucionalidad también se juega en los chats de vecinos. Y ahí, como en el país, todos quieren tener la razón, pero nadie quiere recoger la caca.