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Arturo Moscoso Moreno | El regreso de la bestia

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Prefiero al que, por lo menos, no nos ha prometido amor eterno para luego apretar la soga

Rafael Correa no dice que extraña el poder, pero no hace falta. Se le nota. En cada tuit, en cada entrevista con sus voceros disfrazados de periodistas, en cada guiño a su candidata de turno, que no es más que su holograma. Lo que ofrece no es un gobierno, sino una restauración.

Y me asombra cuánta gente ha olvidado su régimen. La persecución, la prepotencia, el abuso del poder. Algunas de esas personas perseguidas y humilladas, hoy podrían votar por su títere. Pero yo no me olvido.

No me olvido de los Diez de Luluncoto. No me olvido de la criminalización de la protesta, de los estudiantes apaleados en las calles y de los líderes sociales enjuiciados por alzar la voz. No me olvido de los jueces sometidos, de la Asamblea obediente, de las instituciones cooptadas, de la Corte Constitucional a sus órdenes, de la prensa independiente acosada hasta la casi extinción.

El correísmo es un manual de abuso de poder. Usó la Constitución del 2008 como plastilina. Endeudó al país con China, convirtió los precios altos del petróleo en obras sobrevaloradas y aplastó a cualquiera que no celebrara su iluminada revolución. Ahora, tras colarse a la segunda vuelta, nos quieren convencer de que merecen otra oportunidad.

Nos dicen que hay que votar por ellos porque “hicieron obra”. Como si construir carreteras justificara violar libertades. Como si un Estado presente significara necesariamente democracia. China también tiene un Estados presente, pero a cambio de la libertad de sus ciudadanos. ¿Ese es el modelo que queremos?

Ahora, en su intento de volver, pretenden que olvidemos. Que pasemos por alto que son arquitectos de la impunidad, que su gestión terminó con sus principales líderes fugados o sentenciados, que su “justicia independiente” siempre falló a su favor. Que su gobierno fue autoritario.

Si la elección es entre una gestión cuestionable y el regreso de la bestia, prefiero al que, por lo menos, no nos ha prometido amor eterno para luego apretar la soga. Porque si algo nos enseñó el correísmo, es que lo peor siempre puede volver. Y cuando lo hace, regresa con sed de venganza.