Arturo Moscoso Moreno | Trump: ¿América ‘first’ y democracia ‘last’?
Pero su regreso al poder tampoco puede entenderse sin la reacción negativa a lo ‘woke’
En las últimas elecciones en EE.UU., el triunfo de Trump reafirmó que el populismo no necesita planes concretos, solo emociones intensas. En el debate con Harris, ante la pregunta sobre su programa de salud, respondió que tenía conceptos de un plan. Y para sus seguidores eso fue suficiente. La política de Trump no depende de propuestas tangibles, sino de una narrativa que convierte la verdad en un estorbo y las emociones en estrategia. Estrategia que se cimentó en una suerte de ‘realidad imaginada’, un espacio en el que la verdad deja de ser relevante si las emociones son lo suficientemente intensas. ‘Fake news’ como la de inmigrantes devorando mascotas no necesitan verificarse, solo compartirse y sentirse. En esa narrativa sus enemigos no son solo los políticos rivales, sino todos quienes cuestionan su versión de los hechos: académicos, periodistas y, por supuesto, las instituciones democráticas.
Pero su regreso al poder tampoco puede entenderse sin la reacción negativa a lo ‘woke’. Lo que inició como un legítimo llamado a la justicia social ha terminado percibiéndose como una cruzada moralista, donde las cancelaciones dominan la conversación. En su discurso, Trump posicionó este exceso como una amenaza a la “autenticidad americana”, un mensaje que tuvo mucha acogida en sectores conservadores, incluido en un buen número de votantes latinos.
Además, esta victoria tiene implicaciones más allá de EE.UU. En América Latina, donde los populismos tienen terreno fértil, refuerza la idea de que hay que dividir para llegar al poder. ¿Y Ecuador? En un país en el que la polarización es la norma, Trump deja una advertencia: normalizar la desinformación y la división como herramientas políticas es útil, aunque la democracia se vaya destruyendo de a poco. Su estilo evidencia que un líder puede conquistar a la gente sin ideas claras, sino solamente con una narrativa emocional y maniquea.
El retorno de Trump no solo desafía la democracia en EE.UU.; muestra que el populismo, lejos de ser un fenómeno pasajero, sigue siendo una amenaza global, mientras que la democracia sigue en retirada.