Bernardo Tobar: Va por el 12 de octubre
Había, pues, que fabricar contra España una narrativa, urdida al principio por sus enemigos imperiales
En época precolombina los indígenas taínos habitaban ciertos territorios del Caribe, incluida la isla Quisqueya, que se repartiría en República Dominicana por el este y Haití hacia el oeste. La primera, colonia de España sin interés comercial, es hoy una nación democrática que prospera, con un PIB per cápita superior a Perú o Colombia, una tasa de desempleo del 5,6 %, destino de inversiones. La segunda, colonia francesa de gran importancia económica, es un desastre por donde se mire, con un PIB per cápita similar al de Afganistán, dos tercios de la población bajo la línea de pobreza, sin gobierno estable y controlada en su mayor parte por pandillas criminales. Es uno de tantos ejemplos que reivindican el gran legado de la expansión cultural gestada desde Sevilla.
En Santo Domingo, capital dominicana, los españoles fundaron en 1538 la que se reconoce como la primera universidad del continente, Santo Tomás de Aquino, seguida de San Marcos en Lima y la Real y Pontificia en México, las tres casi un siglo antes de la creación de Harvard. Estas son muestras de la febril fundación de colegios y universidades, amén de hospitales e iglesias, que por toda la América hispana llevó a cabo la Corona apenas consolidada la conquista, privilegiando la formación de los nativos. Por contraste, nada hicieron por promover un sistema educativo para beneficio de sus colonias Francia o Inglaterra, cuya casa de Orange, en guerra contra España durante los siglos XVI y XVII y necesitada de artificios de propaganda contra su mortal enemigo, se apresuró sin pudor a difundir a diestra y siniestra numerosas ediciones de la ‘Brevísima’ de Bartolomé de las Casas.
A pesar de que el fantasioso libelo de marras ha sido refutado con facilidad por historiadores de diversas tendencias, logró sembrar en la mente acrítica de las masas la Leyenda Negra. Otro hecho ignorado es que, a diferencia del absolutismo francés, el antiguo derecho español, bajo los Austrias, ya había sentado las bases de la igualdad ante la ley, que limita la autoridad del monarca a preservar las libertades. Había, pues, que fabricar contra España una narrativa, urdida al principio por sus enemigos imperiales y adoptada más tarde por la izquierda transcontinental, cuya agenda totalitaria necesita de colectivos pusilánimes, descastados, sin el norte y la identidad que solo aporta la historia. Por eso la falsifican.