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Bernardo Tobar: Agenda 2030

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Desde las tablas de Moisés no se veía un instrumento tan insuflado de dogmas, en este caso de factura progre, obviamente...

La Agenda 2030, una suerte de programa de gobierno global adoptado por la ONU en 2015, es quizás el mayor despliegue de arrogancia que se ha permitido la burocracia supranacional. Están convencidos, si hemos de tomar sus proclamas a la letra, de que el destino de la humanidad depende de la ejecución de los planes y recetas que elaboran en sus laboratorios diplomáticos y luego elevan a solemnes declaraciones, cual decretos supremos, con toda la parafernalia y la pompa retórica propias de las inspiraciones redentoras. Han descubierto las fórmulas mágicas para reducir la pobreza, lograr la igualdad, el desarrollo sustentable, combatir el cambio climático -que dan por sentado, fin del debate- y hacer realidad casi una docena adicional de objetivos de similar calado, que los gobiernos del mundo y sus habitantes deben limitarse a poner en práctica, con apenas margen para adaptarlas a las circunstancias locales.

Desde las tablas de Moisés no se veía un instrumento tan insuflado de dogmas, en este caso de factura progre, obviamente, para adelantar desde los cónclaves de la ONU, aprovechando el descuido generalizado, versiones edulcoradas del socialismo, aunque igual de funestas en su fondo: usurpar a las personas su poder de tomar decisiones y atribuirlas a los centros públicos de planificación. Ahora globales. No se trata solo de la autopromoción inocente de funcionarios embriagados de autoridad y sabiduría, sino de una jugada audaz en el ajedrez entre libertad y poder. Si la Agenda 2030 se ejecutase en los hechos, se habría hecho realidad la parodia de Aldus Huxley, donde las personas son despojadas de su autonomía, individualidad, iniciativa, juicio crítico, de su libertad, en suma, para dar vía libre a la autoridad en la construcción de la felicidad colectiva, donde no haya conflicto ni diversidad y cada cual interprete sin chistar el rol impuesto por el gran director de orquesta.

No debe extrañar que semejantes delirios totalitarios provengan de una élite pagada con dinero de los contribuyentes. Los gobiernos necesitan ampliar su órbita de intervención para justificarse; es cuestión de supervivencia. Lo que sí genera una alerta máxima es la complicidad de algunos actores empresariales que ya colocaron su bandera en la cumbre corporativa y desmontan progresivamente los mecanismos del libre juego económico para quedarse solos en esa posición dominante.