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Bernardo Tobar Carrión | Memoria corta, complejos largos

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Todavía hay un segmento de votantes que corre a las urnas a hipotecar su futuro por quienes así operan

Ya nada asombra de ciertos depositarios de la soberanía popular, capaces de urdir un sainete de tal catadura, que hubiera conducido a la fiscal general a ser interpelada por un prófugo de la justicia. Pero Diana Salazar no se dejó emboscar ni se prestó al juego del alguacil alguacilado, dejando al campanero del ático y a su corte de marionetas con la bata alzada. A esto han llegado, al intento artero de convertir la sede de la Asamblea Nacional en tribuna de quienes deberían estar dando explicaciones a la justicia, no pidiéndolas; en teatro de acoso y derribo a una autoridad que se ha jugado el pellejo en una cruzada sin precedentes contra el crimen organizado y la corrupción. Habrá que ver qué firmas solicitan el juicio político.

Lo que sí debe sorprendernos es la conducta del electorado. Todavía hay un segmento de votantes que corre a las urnas a hipotecar su futuro por quienes así operan. ¿Acaso piensan igual, se rigen por la misma brújula moral, a joderse más con tal que se jodan todos? No consuela que hace diez años eran cinco, y hace dieciséis, ocho de cada diez los que se dejaron engatusar por la patria digna y toda esa monserga igualitaria con la que etiquetaron el pan y circo mientras consumaban, gracias a un poder ilimitado, a la lotería petrolera, a un contralor “de lujo” y a otros funcionarios que hacían la vista gorda, un atraco descomunal e inédito. Además de quebrar las arcas fiscales, a la sociedad la fracturaron, quemaron los puentes de la unidad social, condenaron a sus críticos con sentencias marca Chucky-7 y mutilaron las posibilidades de un pueblo rebelde y libre con el candado político de una constitución estatista, de tufo poblano -a la sazón, foro de Sao Paulo-, de textos alterados entre gallos y medianoche, según denuncias que también se barrieron bajo la alfombra de hasta la victoria siempre.

En una sociedad de memoria corta y complejos largos nadan como pez en el agua los populistas del odio, los que ofrecen revancha y castigo al mérito a cambio de totalitarismo -lo llaman Estado de bienestar, con inocencia impostada-, mientras el pueblo, ese votante anónimo que luego se queja, pero nunca se hace cargo de su decisión electoral ni aprende la lección, se rinde al hechizo mesiánico a cada tanto, perpetuando el círculo vicioso. No asombran los políticos descerebrados o maleros; sorprende que los sigan eligiendo.