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Bernardo Tobar Carrión | El país de lo imposible

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Pero los cambios duraderos no se hacen con leyes o decretos, sino con ciudadanos comunes...

En su primer período, Trump no inició guerra alguna y concretó los Abraham Accords, restableció las relaciones de Israel con EAU, Baréin, Sudán y Marruecos. En la posesión ha anunciado que quiere ser recordado como el “pacificador y unificador” de un mundo en llamas. Durante Obama se iniciaron o intensificaron al menos siete conflictos armados en el extranjero, incluyendo Afganistán, Siria, Libia, Pakistán, Yemen, Somalia y África, y es muy probable que, sin la posición tibia y ambivalente de la administración saliente, Hamás y Hezbolá no habrían provocado una guerra contra Israel. También está el rol de Biden en la entente OTAN–Ucrania, que forzó la mano bélica de Rusia contra aquélla, como era de esperarse. No obstante, se pinta a Trump como el halcón y a sus opositores como palomas portadoras del olivo.

En otro tema, si hay una medida infalible del abuso de poder es la censura de la expresión libre. A ese extremo llegaron los hilos de Washington cuando Twitter estuvo en manos del acomodaticio Zuckerberg, según su propia admisión. Por contraste, Trump ha prohibido cualquier censura gubernamental de la libertad de expresión, restableciendo un derecho humano fundamental, y ha prohibido el uso de la vindicta pública para hostigar a los funcionarios salientes y políticos opositores. Sin embargo, la narrativa convencional no ceja de calificarlo como autoritario.

En lo medular, la visión de Trump puede resumirse en el restablecimiento de la libertad individual, el mérito personal y el imperio de la ley, principios erosionados por el gigantismo estatal, la burocracia parasitaria y la cultura de la mediocridad igualitaria que destilan la Agenda 2030, la religión del cambio climático y la ideología de género, contra los que ha dirigido buena parte de sus primeras 44 resoluciones ejecutivas.

Pero los cambios duraderos no se hacen con leyes o decretos, sino con ciudadanos comunes a quienes el Estado devuelve la responsabilidad sobre su destino y la confianza para soñar en grande. En esta línea Trump llega, precedido de su trayectoria para acreditarlo, con palabras cargadas de inspiración en uno de los mejores pasajes de su discurso inaugural: “En América lo imposible es lo que hacemos mejor”.

Es probable que la historia no le vuelva a brindar a Occidente otra oportunidad para rescatar su identidad, cimentada sobre la libertad individual y otros valores cristianos.