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Bernardo Tobar Carrión | La respuesta de Sion

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Este suceso le ha proporcionado a Israel una justificación inobjetable para reorientar su respuesta

“El ataque de Irán es un grave y peligroso escalamiento. Habrá consecuencias…”, declaró la Fuerza de Defensa de Israel luego de que sobre su territorio lanzara el Estado Islámico 180 misiles balísticos. Aunque se esperaba de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica una retaliación tras la eliminación de su jefe, el general Nilforushan, y de los cabecillas de Hamás y Hezbolá, lo sucedido el primero de octubre, que se suma al lanzamiento de misiles en abril, ha precipitado oficialmente a Irán al centro de la guerra, algo que el ayatolá Jamenei evitaba estratégicamente. Escondía la mano mientras usaba, armaba y financiaba a las referidas organizaciones terroristas para tirar la piedra contra Sion. Cazados sus líderes en sus madrigueras y escondrijos ultrasecretos y blindados, desarticulada su estructura de mando, destruidos gran parte de su equipamiento militar y enclaves logísticos, infiltradas sus comunicaciones al punto de usarlas como bombas personales contra sus portadores, no le quedó más opción a Teherán que dar algún golpe de efecto.

Y lo dio. Golpe más para la tribuna militante y el circo mediático que para causar daño real, pues el ataque fue anticipado y sus efectos, inocuos según lo esperado, gracias a los sistemas de defensa del atacado. Sin embargo, 180 misiles, por mucho anuncio del agresor y capacidad defensiva de la víctima, sin la cual hubiera supuesto una tragedia de proporciones dantescas, no son solamente una bravuconada, una maniobra más enmarcada y contenida en el juego sin mayor costo diplomático de las retaliaciones recíprocas. Este suceso le ha proporcionado a Israel una justificación inobjetable para reorientar su respuesta, esta vez contra la cabeza del pulpo y no solo sus tentáculos. Y ya ha anunciado que lo hará “donde sea, cuando sea y como decida hacerlo…”.

Los líderes de Occidente, con sus posiciones ambivalentes, sanciones con piola y declaraciones vacías, como si el conflicto no fuera una manifestación de una guerra más amplia y sorda que enfrenta dos visiones irreconciliables del mundo, que tendrá consecuencias en su identidad y reconfiguración cultural, han dejado a Israel en cierto modo librada a sus propios designios. Ese relajamiento es en buena medida causa del envalentonamiento del eje islámico-terrorista. Y la razón por la cual ahora no tienen legitimidad para pedir a Jerusalén moderación ni marcha atrás.