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Bernardo Tobar | La cueva de Platón

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No tengo análisis ni respuestas para semejante fenómeno, tan solo hipótesis y sospechas, como la del lavado cerebral a punta de propaganda

Argentina tiene unos indicadores sociales y económicos siniestros, especialmente en pobreza, empleo, deuda, carga fiscal e inflación, una de las más altas del mundo. No se puede insistir lo suficiente sobre el atraco que la inflación solapa: es el mecanismo para engrosar las arcas públicas, fabricando moneda sin respaldo, a costa de mutilar cada día el poder adquisitivo de la gente. En este contexto, que haya encabezado el resultado electoral de primera vuelta nada menos que el ministro de Economía del oficialismo, cuyas políticas socialistas se vienen aplicando, con una corta e inocua interrupción, desde el año 2003, es comparable al prisionero que aprueba la gestión de su carcelero y le da la espalda al que promete liberarlo.

Einstein advirtió que locura es esperar resultados distintos haciendo lo mismo. Los argentinos se duelen del calamitoso estado de su país en todos los ámbitos -con excepción del fútbol-, pero desde que se instaló el mito del peronismo en la conciencia colectiva hace más de 70 años, la mayoría continúa usando su voto como una pala para cavar su propia tumba. Han tenido la oportunidad de romper este círculo vicioso y todo apunta a que van camino de desperdiciarla. Aunque esta tendencia políticamente suicida se observa en toda América Latina, nuestros vecinos del sur son los únicos de la región que se despeñaron al abismo desde la cumbre de una sociedad a la que hace un siglo emulaban hasta en París y Nueva York por su academia, cultura y pujanza económica.

No tengo análisis ni respuestas para semejante fenómeno, tan solo hipótesis y sospechas, como la del lavado cerebral a punta de propaganda sistemática y de un vacío formativo en los hogares que ha sido aprovechado por la izquierda, enquistada en el sistema educativo y la prensa. Añádase a la mezcla la dificultad de convencer a quienes se acostumbraron a depender de beneficios públicos -bonos, subsidios, prebendas- que renuncien a ellos para conseguirlos con su esfuerzo, porque la libertad no es gratis, en cambio la servidumbre lo parece. Este fenómeno encaja en la alegoría de la caverna que utilizó Platón para ilustrar cómo los colectivos pueden ser manipulados para creer que las sombras proyectadas en la penumbra de una cueva constituyen la realidad, al extremo que no creen al preso que se libera, alcanza la luz natural y retorna para contarles que lo que ven es una simulación.