Bernardo Tobar: Cultura parasitaria
Tan evidente es que los gobiernos entorpecen cuanto intervienen que lo único que funciona es la política que no existe
Los candidatos van a todo vapor con su baratillo de ofertas porque el elector promedio sigue creyendo que los gobiernos solucionan problemas. No aprende las lecciones.
Tomemos la inseguridad. Ecuador era reconocido como un lugar pacífico y el narcotráfico era papa caliente allende las fronteras. Hoy varias ciudades tienen índices de asesinatos comparables a los de Colombia o México en sus peores épocas, las bandas pasaron a ser brazos de los carteles, ocupa el tercer lugar por cocaína incautada, y un cuarto de la cocaína decomisada en Europa se origina en sus puertos. Son de dominio público las acciones que pavimentaron la vía del crimen organizado, introducido cual caballo de Troya en Montecristi.
Veamos el empleo. Se dirá que la seguridad no solo es cuestión de garrote sino también de zanahoria, que faltan oportunidades. Cierto. ¿Y por qué faltan? ¿Por qué la cifra de inversión en generación de empresas, proyectos y empleo en Ecuador es una fracción de la que llega a otros países en la región? ¿Por qué Colombia tiene excedentes de energía privada para exportar y Ecuador no dispone ni de la energía pública indispensable? ¿Por qué en Perú hay 56 minas metálicas a gran escala, en Chile, 30, y en Ecuador apenas dos? Y hablo de países vecinos, no de Suiza o Singapur. Añádase la tragedia de la seguridad social, el decrecimiento de la producción petrolera y un largo etcétera. La respuesta está, nuevamente, en la omnipresencia estatal: monopolios públicos, inseguridad jurídica, incontinencia regulatoria, anacronismo laboral, sobrecarga tributaria, burocratismo paralizante. La corrupción no es más que su derivado inevitable.
Y qué decir de la economía. Sobreendeudamiento, déficit crónico, aparato estatal elefantiásico. Tan evidente es que los gobiernos entorpecen cuanto intervienen que lo único que funciona es la política que no existe: la monetaria. No hay cómo echar mano de la impresora de billetes devaluados desde que se adoptó el dólar, dique sin el cual el parasitismo público hubiera hundido al país bajo un tsunami inflacionario, el mayor atraco posible al bolsillo ciudadano.
Los gobiernos originan el problema, no la solución, aunque por excepción ocupen Carondelet personas de bien. Sucede por diseño del Estado de bienestar, cuyo efecto más pernicioso no es el tributo que aumenta y la libertad que reduce, sino la cultura de mediocridad colectiva que inocula.