Bernardo Tobar | Diecisiete
Pero hoy, más que nunca, necesitamos saber quién se alinea con la libertad individual
Diecisiete es la cifra de binomios para la próxima elección presidencial, uno más de los que se aprestaban a hacer campaña hace cuatro años. La explicación de cifra tan absurda, más propia de concurso de reina del banano que de la más alta magistratura, tiene mucho que ver con una corruptela legalizada a título de participación inclusiva, que obliga a destinar fondos públicos para la promoción electoral de los partidos y movimientos políticos, partida que alcanzó casi 120 millones de dólares en las elecciones del 2021, según noticia de El Comercio de esa época.
Poco importa ganar una elección si en el camino algunos improvisados, conocidos poco más que en su casa a la hora de comer, compran su cuarto de hora de notoriedad -y vaya usted a saber qué sucedáneos adicionales- con dinero de los contribuyentes. Sí, ese aparato que eleva el IVA para reducir el déficit estructural de las arcas públicas, que padece de insuficiencia crónica para financiar la salud, la educación y garantizar la seguridad, la energía o la vialidad, que no tiene para pagar la deuda del IESS, es el mismo que financia el gasto electoral del hijo del vecino.
Jamás fue la falta de recursos algo que impidió a un candidato meritorio recibir el apoyo de donantes. La sustitución de este pilar del reconocimiento libre de la base electoral de un candidato, con suficiente masa crítica como para echar a rodar una campaña, por un sistema que permite a cualquier ciudadano, aunque no tenga más mérito que su poca vergüenza y un movimiento clientelar, inscribirse y terciar en la contienda con dinero público, crea un incentivo perverso, que iguala hacia abajo la calidad de los actores políticos.
Pero no es la única causa de la degradación. La destrucción del tradicional sistema de partidos asentados en una clara base ideológica ha probado ser un error. Si las opciones fueran, como deberían, sobre principios y conceptos, no habrían más de dos partidos y candidaturas, a lo sumo tres, como sucede en las democracias maduras y sucedía en Ecuador el siglo pasado. Hoy las organizaciones y movimientos políticos, que se multiplican como hongos silvestres, son doctrinariamente amorfos, conceptualmente superficiales y acomodaticios, como sus candidatos. Pero hoy, más que nunca, necesitamos saber quién se alinea con la libertad individual y quién, con el estatismo. Lo demás es secundario; pregunten a los venezolanos.