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Bernardo Tobar: Hacer empresa

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No hay azar en juego cuando el logro de objetivos es una constante, cuando hay coraje para levantarse a seguir luchando tras el fracaso...

Las sociedades crecen y prosperan cuando hay empresarios que le apuestan. Así de sencillo. El talento es el recurso más valioso, cierto, pero si no hay un mercado laboral dinámico, que precisa de una oferta empresarial y un régimen flexible, será recurso desperdiciado o en exilio. Esta sociedad de poses y carantoñas, ávida de héroes y villanos, que construye becerros de oro con deportistas o celebridades musicales, que sigue a influyentes digitales, que erige estatuas de políticos, que llena el vacío de pensadores con presentadores mediáticos, que transforma una escaramuza en hipérbole de la dignidad nacional, esta sociedad mira de soslayo a sus más osados propulsores. Los conoce, pero le parece que componer canciones es místico y generar riqueza, sospechosa crematística.

Hacer empresa y proyectarla al futuro exige una serie de cualidades. No me he topado en mis cincuenta y largos tacos, ni aquí ni afuera, con líderes empresariales que no hayan combinado visión, integridad, trabajo arduo, perseverancia, coraje, capacidad de comunicar e inspirar y una confianza irreductible en el potencial logro de sus objetivos. Solo así es posible transformar una idea, un sueño, en una realidad, en la casa que permite a otros, a muchos, desarrollar al máximo sus capacidades, entregar a la sociedad bienes y servicios satisfactorios e, incluso, mover las fronteras culturales de lo posible, incidir en el estado mental de lo que una sociedad cree factible alcanzar.

Hay negociantes que fungen de empresarios por cuarto de hora, ganadores de alguna lotería limpia o tramposa que juegan a magnates, personajes poco meritorios a quienes el azar colocó frente a un timón. Pero estos golpes, sean de suerte o de fraude, duran poco y la fortuna se evanesce tan pronto como llega. Se puede tener suerte ocasionalmente, pero el éxito empresarial es fruto de un esfuerzo continuo, que se proyecta en el largo plazo. No hay azar en juego cuando el logro de objetivos es una constante, cuando hay coraje para levantarse a seguir luchando tras el fracaso, cuando la decisión de apostarle al futuro se reafirma a pesar de los obstáculos y las incertidumbres, porque todo buen emprendedor sabe que hacer empresa es como conquistar la cima de una montaña que luce infranqueable. Por eso son pocos los que la coronan y muchos los que ni siquiera se plantean el desafío.