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Bernardo Tobar: La estafa verde

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Los mandamientos de la deidad verde se imponen a golpe de leyes, impulsadas por minorías fanáticas

En la antigua Roma el anfiteatro era escenario de un combate a muerte entre un esclavo, un prisionero de guerra, un delincuente o un voluntario en busca de fama y un animal salvaje, que generalmente sobrevivía al humano. Semejante espectáculo, incomprensible bajo la luz actual de los derechos humanos, era legal y formaba parte de las celebraciones oficiales del primer gran imperio.

Aunque la dignidad sobrenatural de la persona vio la luz con Jesucristo, recién en el siglo XVIII cesaron las formas más crueles de tortura, discriminación y servidumbre, al precio de cabezas guillotinadas, brujas colgadas y herejes calcinados en hogueras; y no fue hasta bien entrado el siglo XX que se abolió la esclavitud y la mujer alcanzó cierta autonomía y derechos políticos en Occidente.

Ha tomado miles de años la conquista de la libertad y sus ramificaciones, la igualdad ante la ley, la no discriminación, el debido proceso y otros derechos que ahora consideramos como intrínsecos a la naturaleza humana, anteriores al derecho positivo y límites de la autoridad política, garantías obvias y mínimas de convivencia, en suma. Conquista a sangre y fuego, porque al ‘establishment’ no le convienen ciudadanos autónomos, emancipados de la tutoría pública. Y por eso sus usufructuarios contraatacan, pero en lugar de fracasadas consignas estatistas, propicia restricciones a la libertad, principalmente, en nombre de la naturaleza, una especie de cajón de sastre en el que cabe cualquier disparate, que debe asumirse como dogma, pues eso en buen romance significa el principio de precaución: creer y obedecer, aunque no haya evidencia, facultando a la autoridad para sofocar iniciativas y sancionar. Por si acaso. A diferencia de las verdades reveladas, que son de adopción libre, los mandamientos de la deidad verde se imponen a golpe de leyes, impulsadas por minorías fanáticas de las que se sirven los titiriteros de la agenda totalitaria.

Sería tomar el rábano por las hojas analizar el proyecto de ley de protección animalista solo por la ridiculez de su texto, un bodrio macondiano, o su finalidad aparente, trampa para ingenuos, pues en la raíz de estas construcciones anida la obsesión de unos pocos por imponer a todos su particular visión de las cosas. Estamos ante un disfraz ovejuno y bobalicón que oculta un depredador estatista hambriento por zamparse otro pedazo de libertad. Como en el circo romano.