Bernardo Tobar: La falacia del modelo

Hay infinidad de situaciones que florecen en el vacío legislativo y que se desarrollan espontáneamente
Los ideólogos diseñan sistemas teóricos sentados en una biblioteca, desconectados del mundo real, muchas veces sin entender ni haber experimentado el riesgo de un emprendimiento, el proceso de generar riqueza y crear empleo, las complejas e impredecibles decisiones y dinámicas de las relaciones sociales, y producen modelos para capturar la dinámica social. Modelos que fallan, pues la conducta humana, la vocación de libertad del hombre y la diversidad de perspectivas no pueden ser atrapadas en trajes cívicos de talla única. Y fracasan también los sistemas legales que traspasan los límites propiamente jurídicos para convertirse en instrumentos de esas ideologías.
En el estado de bienestar que anda de moda, por citar un ejemplo, que implica una amplia intervención y regulación estatal a pretexto de garantizar el empleo, la salud, la educación, la vivienda, la igualdad y tantas otras hierbas con independencia del esfuerzo y mérito individuales, ha generado una cultura que recela dar el paso sin la claridad normativa que trace el camino, como si la vigencia de los derechos dependiera de que una norma secundaria explique con pinitos su alcance. No es infrecuente escuchar a abogados argumentar el absurdo de que una ley o un principio jurídico no se pueden aplicar debido a la ausencia de reglamento. Y la inexistencia de ley, que debiera celebrarse como un espacio de libertad, es vista como una carencia. Los legisladores exhiben como un logro el número de proyectos con su firma, cuando la libertad necesita hoy, más que nunca, de derogatorias.
Hay infinidad de situaciones que florecen en el vacío legislativo y que se desarrollan espontáneamente, con normas que van creándose en el proceso por sus partícipes de manera autónoma. Este es el sistema del ‘common law’ anglosajón, cuya solidez es universalmente reconocida. Solo pensemos que la innovación sobre el conocimiento y la información, principales activos de la era actual, se desarrolla a tal velocidad que tecnologías, modelos de negocio, relaciones de colaboración, formas contractuales y tantos otros elementos quedan obsoletos antes de que los cuerpos legislativos y las autoridades regulatorias sospechen de qué va la cosa, no se diga ya que los entiendan con tal suficiencia como para apresarlos en un molde regulatorio.