Bernardo Tobar: Lecturas no recomendadas
No hay obras talla única que le encajen lo mismo al moro que al cristiano, al joven que al viejo
Así es, no sugeriré ninguna. A mí el Cementerio de Praga es una de las obras que más me ha gustado de Umberto Eco, pero sé de más de un lector que se indigestó luego de tropezar con aquella misa negra y sus perversiones, que desbordarían hasta el Trópico de Cáncer de Henry Miller, lo que ya es mucho decir. Me decepcionó, en cambio, la novela de Almudena Grandes, El corazón helado, a la que le podaría al menos trescientas páginas redundantes de sus más de novecientas; sin embargo, la crítica ilustrada resalta su narrativa. A propósito de crítica ilustrada, Fernando Aramburu cuajó en Ávidas pretensiones una demoledora sátira de la red de favores y recíprocas palmaditas en la espalda que encumbra en el mundo editorial a ciertos autores por encima de su calidad literaria. Dudo por sistema de las listas de los más vendidos.
Recomendar lecturas es un ejercicio fútil desde que el lector es el principal protagonista de una obra. La lee, la filtra por el tamiz de sus prejuicios, experiencias, anhelos, miedos, la entiende y la recrea a su manera. Sugerir libros al aire es como recomendar a una persona genérica, anónima, un rol concreto en un guion que exige ciertas condiciones muy particulares en el intérprete. No hay obras talla única que le encajen lo mismo al moro que al cristiano, al joven que al viejo, al habituado a lecturas que al tragaderas de cápsulas digitales.
Un libro es a un tiempo compañero de viaje, boleto de embarque y destino a esa dimensión que solo cobra vida con el concurso del lector, que reescribe cada página conforme la repasa, sabiéndolo o no. En el proceso de lectura se traba un diálogo entre el narrador, que se desdobla del autor, y el custodio del diálogo interior del lector, también omnisciente perceptor y preceptor de cuanto deja ingresar y su efecto.
Lo que sí me atrevo a recomendar es el método para dar con la obra que uno no sabe que anda buscando: dejar que ésta lo encuentre a uno. Suele suceder en lugares frecuentados por libros cuyos anfitriones los tratan como amigos y conocen sus parentescos literarios, secretos y debilidades, antagonismos. Dos o tres preguntas a esos custodios o a sus confidentes impresos bastarán para hallarse ante un volumen que, tomado casi por azar de un estante, se abra mágicamente en la página exacta y exhiba esa frase, esa línea, esa entrelínea que le dice a uno, y solo a uno: llévame contigo.