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Bernardo Tobar: Obligación de callar

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¿Cómo llegó Occidente a este letargo, a una candidez que malbarata su más cara conquista y socava su identidad?

De la hoguera santa por herejía, la conversión forzada por acoso inquisitorial o el cadalso por publicar contra el monarca, siglos tardó Occidente en transitar hacia la expresión libre y alegre del pensamiento, al costo de mucha sangre bajo el puente. El totalitarismo no tolera este derecho, como sucede en buena parte de Oriente y Asia, que ni sueñan con semejante emancipación. A pesar de esta huella, la sociedad olvida su historia y la repite: hoy se penaliza menos la ocupación violenta de la propiedad ajena o el traspaso ilegal de una frontera que la crítica contra los dogmas advenedizos. Se retomó la herejía, con distinto credo.

Por delito de odio -contrasentido desde el nombre-, en el que fuera primer mundo castigan a quien levanta la voz contra la colonización islámica o el adoctrinamiento Woke, protesta por la incursión de hombres transgénero en deportes femeninos, convoca a la parroquia a defender su cultura o simplemente llama a las cosas por el nombre que le parece, si no resulta del gusto de una minoría vociferante, activista y prevalida por las leyes inclusivas y su lógica maniquea de opresores y oprimidos. La opción de discrepar de la mayoría ha transmutado en obligación de enmudecer frente a la minoría.

¿Cómo llegó Occidente a este letargo, a una candidez que malbarata su más cara conquista y socava su identidad? Alguien dijo que llegará el día en que sea necesario callar para no ofender a los imbéciles; ese día ha llegado. Pero no nos engañemos, los imbéciles, los que queman banderas, persiguen judíos, descalifican la familia cristiana, promueven el aborto al tiempo que abogan por el bienestar animal, los que pretenden que la mujer europea se tape los hombros para no ofender a Muhammad o como se llame, son solo el humo y espejos, el ruido que hace primera plana, la puesta en escena que replican los medios, satura el debate y distrae las audiencias, mientras los titiriteros del tinglado avanzan su agenda en las narices de una sociedad indolente. Ocultos a plena luz del día.

Al islam y a la izquierda les une la destrucción de los valores de Occidente, que tienen raíz cristiana: la dignidad y la libertad esencial del hombre y la mujer, el pan que se ha de ganar con el sudor de la frente y la ganancia según el mérito de las propias obras, pilares del sueño americano, son principios irreconciliables con un califato o con el colectivismo igualitario.