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Bernardo Tobar: Occidente aletargado

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De la resistencia cultural, ya prevalidos de una infiltración numerosa y conscientes de la ingenuidad e indolencia de sus anfitriones

Ya sea en Londres, Berlín, París, Nueva York o cualquier otra ciudad cosmopolita, los lugareños han visto espacios, calles, plazas y cajas de resonancia cultural tomadas por extranjeros que irrumpen con sus banderas, sus creencias, su religión. Son extraños, no obstante el pasaporte local, aunque lleven una o dos generaciones en el lugar, porque emigraron a gozar de los beneficios, de las oportunidades, mas no a retribuir a la cultura anfitriona, que rechazan: es la cultura de los infieles. Son extranjeros que se instalaron con sus consignas, mezquitas y burkas, cuyas mujeres continúan tapadas y subyugadas, caminando en segundo plano no obstante compartir calles, plazas y espacios con mujeres occidentales que van por la vida en pie de igualdad con cualquiera.

Se ocupan con celo extremo, estos modernos colonizadores, de que sus hijos, y los hijos de sus hijos, no sean contaminados por las costumbres de los infieles y preserven sin concesiones las tradiciones de la tierra que abandonaron. De la resistencia cultural, ya prevalidos de una infiltración numerosa y conscientes de la ingenuidad e indolencia de sus anfitriones, han pasado a la acción afirmativa, a la conquista. Ahora interpelan los hábitos locales y exigen la supresión de prácticas y costumbres que consideran ofensivas por incompatibles con su credo. Están decididos a imponer su verdad. A sangre y fuego si hace falta.

Mientras tanto Occidente, cuna de los derechos humanos y las libertades, que alumbró la Ilustración en el siglo XVIII, la igualdad ante la ley y las repúblicas democráticas en el XIX, el sueño americano en el XX, cuyo éxito ha generado por décadas olas migratorias hacia sus principales capitales, está demasiado entretenido con las mieles del progreso como para percatarse del socavamiento progresivo y progresista de sus valores y cultura. Como el heredero frívolo y disipador, ignorante o desdeñoso del sacrificio que supuso a las generaciones que le precedieron, los hijos del llamado primer mundo dan por descontada su libertad. No se forman, ni leen o reflexionan sobre lo que ha tomado construirla, sobre el valor de preservar las tradiciones que le han servido de cimiento, ni sobre las lecciones que la historia ofrece sobre sus enemigos. Por ello no los reconocen, aunque esos enemigos enarbolen sus banderas Woke, sus consignas progre o sus credos totalitarios.